“Quino decía que éramos una especie en extinción y creo que tenía razón”
El dibujante Juan Matías Loiseau, conocido como Tute, llevará al teatro su último novela gráfica, “Ensayo para mi muerte”, un homenaje a su hermano fallecido; habla de sus comienzos, de la aventura de autoeditar y recuerda a su padre, Caloi.
Ensayo para mi muerte es el nuevo libro de Tute, el reconocido humorista gráfico, una novela gráfica bien diferente a las anteriores debido a que surgió a partir de uno de los momentos más dolorosos en su vida: el repentino fallecimiento de Tomás, su hermano menor. Sin embargo, lejos de escribir una historia lúgubre o sombría, Tute le encontró un costado luminoso a la muerte y desde allí sostiene: “Mientras vivimos, vivamos”.
El verdadero nombre del dibujante es Juan Matías Loiseau, tiene 51 años, y su pasión por las historietas comenzó desde muy chico, en su propia casa y de la mano de su padre, Caloi, el querido humorista gráfico creador de recordados personajes como Clemente y la Mulatona, que falleció en 2012. También de él aprendió cómo moverse en el ambiente de los diarios y revistas, y fue quien le acercó lecturas y autores que lo marcaron de por vida.
En su estudio, ubicado en el barrio de San Telmo, Tute aún conserva el sillón que Caloi usaba para trabajar. Tras retapizarlo, lo adoptó como propio y lo colocó en su escritorio para recordarlo cariñosamente mientras realiza sus dibujos. “No soy muy fetichista de este tipo de cosas, pero me pareció un hecho poético sentarme a trabajar en el mismo silloncito donde lo vi durante tantos años pensando sus ideas y dibujándolas”, expresa.
El primer trabajo de Tute fue a los quince años, cuando le propusieron diseñar un flyer para la radio de José Mármol en la que trabajaba como operador técnico. “El primer shock que tuve como dibujante fue cuando vi mi dibujo multiplicado por miles en esos volantes. La radio quedaba a la vuelta de mi casa y se llamaba Radio Suburbana. Me dio una gran emoción en ese momento”, recuerda.
A los 17, empezó a publicar sus dibujos en una revista zonal de medicina prepaga que se llamaba Sami Páginas. “Yo tenía una sección ahí que se llamaba ‘Sami Risas’, era un cuadrito de humor. Así empecé. Todo esto fue sin cobrar”, agrega.
Cuando terminó el secundario, estudió Diseño Gráfico pero, un año después, decidió abandonar la carrera y probar suerte en el mundo del cine. Poco a poco se dio cuenta de que su futuro laboral estaba ligado al dibujo y comenzó a tomar clases con Carlos Garaycochea y Eduardo Ferro, a quienes considera sus maestros.
“Tuve la fortuna de tenerlos a Garaycochea y a ”Ferrito" como profesores. Ferro era una gloria de la época, pertenecía a la edad de oro de la historieta. Es el autor de personajes muy populares de la década del cincuenta y del sesenta, como Langostino y el Bólido”, rememora.
Su debut en los diarios se produjo cuando ganó el concurso Vote por su humorista preferido organizado por el diario La Prensa y le publicaron uno de sus chistes en la tapa. Tras esta primera experiencia, se sumó al diario LA NACION, donde colabora semanalmente con viñetas de humor desde hace 26 años.
Tute también ha incursionado en el mundo de la música animándose a escribir canciones de tango y es el creador del proyecto audiovisual Canciones dibujadas, en el que sus temas fueron interpretados por cantantes como Lisandro Aristimuño, Kevin Johansen, Miss Bolivia y Rolo Sartorio. “Lo que hice en mis discos fue componer las letras, las músicas y hacer algunos recitados. Hasta ahí llega mi amor, no toco ningún instrumento”, cuenta entre risas.
El dibujante lleva más de veinte libros publicados, entre los que se destacan Diario de un hijo (2019); Todo es político! (2020); Lo mejor de Tute (2024); y Mabel & Rubén al diván (2024). Ensayo para mi muerte (2025) es su tercera novela gráfica y la primera que publica bajo el sello editorial Pájaro de Vellón, la editorial que creó junto a Pilar Vellón, su pareja y mamá de sus dos hijas.
“Autoeditar este libro fue una aventura creativa, comercial y, sobre todo, amorosa. Con mi mujer estamos haciendo las giras promocionales por distintas ciudades de la Argentina y del mundo. Hemos descorchado muchas botellas de vino a lo largo de estos meses para charlar sobre cómo teníamos que hacer la comunicación de este lanzamiento. Nos divertimos mucho trabajando juntos”, cuenta entusiasmado.
–¿Tute o Juan? ¿Qué nombre usás en tu día a día?
–Casi nadie me dice Juan. De hecho, mi vieja me decía Mati (por Juan Matías) y era la única. Con el tiempo llegó mi mujer y ahora ella también me dice Mati. El Tute viene de ahí: Matías, Matute, Tute. Ya en la primaria me decían así y, cuando tuve que elegir un seudónimo o nombre artístico para firmar mis dibujos, lo tenía muy servido. Era perfecto para un humorista gráfico.
–¿Por qué los dibujantes usan seudónimos?
–La verdad es que no lo sé, supongo que para ser recordados. Me imagino que empezó así, con la idea de tener un nombre artístico breve. Por ejemplo, REP es Miguel Repiso. Quino es Joaquín Lavado, Quino viene de Joaquín. Caloi es Carlos Loiseau. Todos usan nombres cortitos, Landrú, Viuti, Nik. Roberto Fontanarrosa fue una excepción.
–¿Cuándo empezaste a dibujar?
–Empecé a dibujar a la misma edad que vos y que todos los chicos que, en cuanto pueden alzar el lápiz, ya empiezan a hacer garabatos. Esos garabatos establecen una comunicación con el universo, al menos el más cercano. Uno dibuja algo y ese algo siempre está contando una historia. No hay un dibujo inocente, sino que todos están transmitiendo algo: una duda, un sentimiento, un enojo, un amor. No importa que sean rayones. Así que empecé como todo el mundo, la diferencia es que ustedes abandonaron y algunos poquitos, como yo, seguimos dibujando.
–¿Qué cómics o historietas te gustaba leer cuando eras chico?
–Lo primero que leí, y lo recuerdo así fuertemente, fue Mafalda (de Quino). Por supuesto, también leí a Clemente (de Caloi), pero la primera lectura elegida por mí fue Mafalda. Después leía Asterix, tenía las revistas de historieta de Skorpio, D’artagnan, Nippur de Lagash. También tenía una colección de libros que se llamaban Los cuentos de Polidoro, que eran cuentos clásicos muy lindos ilustrados por dibujantes argentinos, entre ellos Sábat, Carlos Nine y Oscar Grillo.
–¿Fue generoso Caloi, tu papá, cuando le contaste que también querías dedicarte al dibujo?
–Sí, fue muy generoso. No le costó que tuviéramos la misma profesión y nunca se puso en maestro ni me dijo cómo tenía que hacer las cosas. Sí hablábamos mucho sobre el oficio, sobre dibujar y también sobre cómo conseguir laburo. Él me explicó cómo moverme en este medio, algo que es muy importante. Aprendí mucho de él, sobre todo viendo cómo resolvía ciertas situaciones. Fue muy generoso en la conversación y también en la charla con sus amigos, que también eran dibujantes. Me pasaba libros y así fui descubriendo a grandes autores. Nota aquí.




0 comentarios:
Publicar un comentario