El adiós al Varón del Tango
Su multitudinario funeral demostró hasta qué punto había calado hondo en el gusto popular: su voz resuena al día de hoy.
Las imágenes en sepia impactan. Parece, en menor escala, el día que murió Eva Perón. Llueve. Miles de personas se guarecen: paraguas, camperas, sobretodos, techos de comercios. Todos quieren estar esa tarde gris del 26 de noviembre de 1964, para despedir a un ídolo. A Julio Sosa. Al Varón del Tango. A ese que, frente al aluvión pop –blandito aún– de la época, levantó una trinchera y resistió, de guapo nomás. Tanta fue la devolución popular que nadie sabía dónde velarlo. Se intentó en Gallo al 700, pero el desborde de la multitud lo impidió. Después, en el salón La Argentina, donde el cantor había jugado varias veces de local, pero el efecto fue el mismo. Tuvo que ser en el Luna Park. Tuvo que ser bajo esa amplitud de espacio (25 mil personas) que de todas formas quedó chico, igual que las casi setenta cuadras que separan al templo del boxeo del cementerio de la Chacarita. Las crónicas narran el caos que siguió a los restos. Hablan de incidentes con la policía, forcejeos, represión y gente lastimada. De casi ocho horas de cortejo amuchadas, desesperadas, azoradas. El varón, que sí era uruguayo (nació el 2 de febrero de 1926 en Las Piedras, Canelones).Nota aquí.
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