Hay gente que no duerme para soñar, sino que sueña para cambiar el mundo.
“Cuando quien gana es el tramposo, no se llama victoria, se llama fraude”.
No eran ranas, eran las serpientes del paraíso en el que nos quieren hacer creer. No eran Dios, sino el diablo. No eran la manzana, eran el veneno. No era una condesa, era una embaucadora. No conseguía victorias, daba timos. No era una patriota, sino una vendedora de banderas. No estaba aquí para garantizar la democracia, sino para saltársela. No daba discursos, repartía botellas de humo. Ganó algunas elecciones y otras las robaron para ella, comprando por el equivalente en euros a las doce monedas de Judas a un par de traidores. Se reía de todos y de casi todo. Hizo todas las trampas posiblesmientras daba lecciones de honradez. Era la demagogia elevada a su máxima expresión. Hizo todo lo que estaba en su mano para destruir la sanidad pública, es decir, para que unos pocos se llevaran millones y el resto sufriera en hospitales desabastecidos, padeciese una intolerable escasez de medicinas, quedara atrapado en una lista de espera lo que hiciese falta para entrar a un quirófano y, al final, se fuese al otro mundo antes de tiempo y por el camino del dolor, porque ella y los suyos también querían ahorrarse los cuidados paliativos de los pacientes: la morfina, para los que puedan pagarla, el resto, que muerda un palo. Alguna vez llegó a creer que sería presidenta del Gobierno, pero no hubo nadie más que lo creyese, ni dentro ni fuera de su partido.Nota aquí.
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