Rincones para arrullar penas de bandoneón
Sobre la condición de músico habla aquí el celebrado compositor salteño, que dará dos conciertos al frente de su quinteto familiar.
El agua de una cascada zen (una de esas miniaturas de bazar) que tintinea en segundo plano le hace un curioso contrapunto a la pausada voz de Dino Saluzzi, desde un rincón del estudio donde ensaya y compone. Aquí se hicieron las ciento cincuenta audiciones para la Cátedra Saluzzi, fundada hace un año y medio en la Universidad Nacional de San Martín. Aquí corrige el manuscrito de Una vida en diez jornadas, el libro de recuerdos y reflexiones que prepara. Aquí toca en familia, hábito que adquirió hace más de siete décadas, cuando su padre –Cayetano Saluzzi, autor con Manuel J. Castilla de la zamba La alejada– regresaba del ingenio azucarero y le enseñaba a pulsar el teclado del bandoneón en Campo Santo, su pueblo natal en Salta. La memoria de esa geografía atraviesa la música de Saluzzi: un lenguaje personal que se recrea de manera inagotable entre los géneros criollos, el jazz y la música académica, y que inscribió su nombre en el centro de una élite internacional de la cual evita alardear. “El que es honesto en el arte siempre se encuentra en soledad. Y no cede a halagos de ninguna naturaleza”, desliza en medio de una conversación sin urgencias, entre silencios introspectivos. Nota aquí.
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