lunes, mayo 21, 2018

Joaquín Pérez Azaústre

Simeone

Simeone es la fuerza del espíritu. En mitad de la crisis apareció este hombre para decirnos que podíamos ganar. No sólo a los atléticos, sino a cualquier hombre o mujer que tuviera que ponerse la vida por delante para aguantar sus golpes. Se acabaron los neones, que además eran falsos, se acabaron las letras de espuma soñolienta sobre el cielo de Hollywood en la noche de estreno, se acabaron las grandes esperanzas de triunfo a lo largo: ahora se trataba de aguantar y hundir los tacos en el césped, igual que Simeone los clavó una vez sobre el muslo blanquísimo de Julen Guerrero, con punzadas de sangre oscurecida. En los años dorados, Diego Pablo Simeone era una fiera incómoda. Aquel hombre sangriento de la marrullería, aunque gran jugador, era una pesadilla para encarar cualquier sábado noche. Pero este hombre de hoy, que es a la vez entrenador, que aún parece jugador por la energía y casi un hincha más cuando cruza la banda celebrando los goles de su equipo, este hombre que es una creencia, un cielo abierto de tesón y furia, que nos hace nadar con lo imposible, solamente puede caerme bien. Crónica aquí.


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