Desfile de gozos
La albaceteña, locuaz y empática, se gradúa en un WiZink que le brindó toda la complicidad
¿8.000 almas agotando el papel en el WiZink Center para ver a una cantautora concienciada de un pueblito albaceteño? Hay fenómenos que asemejan milagros, y buena cosa es que todavía, por ventura, sucedan. Se maravillaba María Rozalén no hace mucho en algún camerino de que todos le pidan canción y opinión, de que su palabra cuente y sea atendida. Pero estas adhesiones casi nunca son azarosas ni fugaces, sino fruto de un discurso lúcido, sagaz. Razonado y razonable. Y Rozalén se ha afianzado como una creadora coherente y corajuda, incluso para combatir esos nervios que anoche se le anudaron en la garganta durante los primeros minutos de su gran fiesta de graduación.
“Sabía yo que acabaría llorando como una coplera”, se sinceró con ese desparpajo suyo de la serranía del Segura, antes de enderezar un rumbo que desembocaría en la pura euforia. En una fiesta compartida que tuvo también algo de reivindicación y homenaje, de ocasión para el recuerdo a la que la propia protagonista no quisiera poner nunca fin. Nota aquí.
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