domingo, febrero 10, 2019

Joaquín Sabina

 Tras las huellas de Dylan

«En ambos músicos prima el amor al lenguaje, la indagación los límites de la palabra, el conocimiento de la lírica que genera estudios de su obra»

Joaquín Sabina grabó una canción titulada “Besos de Judas” en el disco Hotel, dulce hotel. A Bob Dylan le gritaron “Judas” en el Free Trade Hall de Manchester. Siempre hay quien hace de la palabra traidor una artimaña, un oscuro artefacto. Pero Dylan, al tornarse eléctrico, emprendía su personalísima revolución en la música popular. Cuando grabó “Like a rolling stone”, Sabina era un muchacho que no podía imaginar el destierro londinense que se le vendría encima.
Dylan siempre estuvo ahí, dando vueltas y más vueltas en su cabeza de bardo, en la propia textura de su voz que el tiempo fue lijando, hasta que Sabina hizo suya la aspereza vocal dylaniana. «De Dylan aprendí la insolencia caprichosa», escribió en un poema con el que sintetizaba todas sus influencias musicales, de Georges Brassens a Domenico Modugno, de Camarón de la Isla a Lou Reed, de Atahualpa Yupanqui a José Alfredo Jiménez. Muchas son las fuentes de las que Sabina se nutrió antes de consolidar su cancionero en los años ochenta de la pasada centuria tras abjurar de Inventario, su ópera prima. De entre todas las fuentes confesas hay una que merece una consideración especial, aquella que en un mapa imaginario nos lleva de Úbeda a Minnessota, de “Pongamos que hablo de Madrid” a “Talkin’ New York”, de Joaquín Ramón Martínez Sabina a Robert Zimmerman. Nota aquí.

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