Yo era poeta y me quedé zapato,
una noche de lunes, a las nueve.
Más palanca que “pero” y que “se mueve”.
Un zapato cualquiera, el más barato.
Yo era poeta y me quedé ventana.
Un bronce de campana sin campana.
Un cero coma cero punto cero.
Yo era poeta. Me miraban raro.
Yo era poeta. Me abucheaban todos.
Yo era poeta, con perdón, lo siento.
Por suerte, estoy feliz entrando al paro.
Me remango la vida hasta los codos
y así y todo me queda un 2%.
2-.
¿Un 2% de poeta? ¡Loco!
¿Cómo vas a dejarte un 2%?
Vomita, escupe, mea… poco a poco
vuélvete humo, polvo, sombra, viento.
¿Un 2% de poeta? ¿Tanto?
¿No será un uno? ¿Un uno y medio incluso?
¿Apóstata o beato? ¿Diablo o santo?
“Lo poeta” se gasta con el uso.
Desnúdate. Voltéate los ojos.
Abre las piernas. Da la vuelta. Inclínate.
Esto te va a doler, pero te cura.
Las rimas son parásitas, son piojos.
Vacúnate, por Dios, aguanta. Empínate.
¿Mantenerte poeta? ¡Qué locura!
3.
Yo era poeta y me quedé estropajo.
Estropajo feliz, noble, obediente.
Las musas me mandaron al carajo.
De lápiz a teclado a mondadientes.
Yo era poeta y me quedé pingajo.
Un saco de palabras malolientes.
Yo era poeta… y me curé, qué majo.
Ahora soy más… no sé, más… obediente.
De poeta he pasado a no-poeta.
Que es un oficio bien pagado incluso.
Que es como ser brasier sin tener teta.
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