En San Telmo, reabrió un querido bar del año 1909 con cocina de bodegón y un plato estrella: bife con lomo a caballo
El Hipopótamo pertenece a la misma familia desde hace más de 40 años.
Pizzetas, pastas caseras y una picada de veinte platitos para compartir.
En el corazón de San Telmo, donde las calles empedradas susurran historias de otros siglos, El Hipopótamo volvió a abrir sus puertas. Este bar notable, que desde 1909 es testigo de la vida porteña, reabrió en diciembre con la promesa de mantener su esencia pero con un aire renovado. Las mejoras en el salón y una carta que equilibra tradición y frescura son el resultado de la mirada joven de la tercera generación de una familia que conoce cada rincón de este histórico bodegón.
Desde los años 80, la familia Durán ha sido el alma de El Hipopótamo, preservando su magia a lo largo de las décadas. Ahora, con Santiago Durán al frente, la apuesta es clara: conservar los clásicos que hicieron famoso al lugar, como los panchos con salchicha alemana, las traviatas y los infaltables ñoquis de papa que acá, a diferencia de otros bodegones, no se limitan al 29 de cada mes. Pero también hay espacio para novedades que dialogan con las expectativas de una nueva generación de comensales.
Entrar a esta esquina es una mezcla de nostalgia y sorpresa. El salón luce renovado, pero conserva ese aire porteño que lo hace único: las mesas miran al Parque Lezama, y la boiserie reluciente es testigo de anécdotas compartidas con un café o un vermú. Es un regreso que no solo celebra la historia del lugar, sino también el deseo de una familia por mantener viva la identidad de un Buenos Aires que no se apaga.
En pleno casco histórico, frente al Parque Lezama, El Hipopótamo sigue siendo testigo de la vida porteña desde 1909. Nació como “La Estrella del Sur”, pero su espíritu sobrevivió a los cambios del siglo XX, manteniendo su edificio de tres pisos, los carteles de publicidades clásicas y la emblemática estatua del hipopótamo que da nombre al bar.
Aquí se cruzaron personajes como Tita Merello y Ernesto Sábato, mientras las cámaras de cine registraban su esencia única. Pero lo que realmente sostiene este bar notable no es solo su historia, sino la de la familia Durán, que lo convirtió en un legado de tres generaciones. Nota aquí.
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