Los dos quieren ser Machado
tienen mis males remedio.
A mí me aburre hasta el tedio
lo que añade frenesí
al capullo de alhelí
de Guerrita y de Frascuelo.
Siempre batiéndose en duelo,
con el toro y Lagartijo.
Han montado un revoltijo
dos hijos de Maquiavelo.
Sucede que en la Academia
de la Lengua al parecer
con su lento proceder
y su proverbial anemia
ha caído cual blasfemia
la denuncia de Montero,
que fue quien lanzó primero
un ataque sin piedad,
desde la siempre falaz
excusa con el dinero.
Después, la Academia en tromba,
herido su presidente,
reacciona muy vehemente,
lanzando una nueva bomba.
Y están jugando a la comba
un Cervantes y un Machado,
y amenazas de juzgado
se lanzan los contendientes,
enseñando algunos dientes
sin morderse demasiado.
Como Indibil y Mandonio,
aparecen enzarzados,
gallitos enamorados,
echando fuera el demonio,
discutiendo el patrimonio
de la lengua y el poder.
Y ninguno va a ceder,
porque son dos españoles
que se fabrican faroles
para mejor contender.
Viven ambos de la pluma,
de los libros y la lengua,
pero su discurso mengua,
entre palabras de bruma,
mientras el aire perfuma
unas palabras muy gruesas,
que van cargadas y presas
a la vez de la discordia.
No cabe misericordia
en denuncias tan aviesas.
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