Andrés Calamaro en el Arena, otra noche en ebullición
El Salmón protagoniza una tripleta de shows que cerrará este viernes 28 con una puesta bien rockera y una cita final a Oasis. El público arrancó la fiesta desde temprano en el Parque Los Andes.
Ni siquiera Andrés Calamaro pudo zafar de la “Oasismanía” que aún palpita en Buenos Aires. Además de aludir a Noel Gallagher en uno de los pasajes de la segunda función de su vuelta al Movistar Arena (el día anterior se refirió a Liam), el músico abrió el bis del show del miércoles con una adaptación “manchesteriana” de “Flaca”. Si bien circuló la hipótesis de que se había inspirado en la versión que unos meses atrás hizo de su clásico el artista Allcaraz, el ex frontman de Los Rodríguez explicó horas más tarde: “En un ensayo la arranqué así, usamos el tono del disco para que los acordes sean más abiertos y para cantar una octava más arriba, y al final subimos un tono cantando fuerte y con coros. Cantar más alto es más fácil porque ponés más músculo. Las complicadas son las bajas”.
Pese a que desde 2022 se volvió habitual que el icono del rock argentino actúe a fines de noviembre en el predio de Villa Crespo, esta tríada recitalera (la última está pautada para este viernes, y, al igual que las otras, las entradas están agotadas) sin duda estableció una gran distancia con lo que hizo antes en el mismo lugar. Aunque el repertorio que manejó fue más o menos similar, la rockeó deliciosamente. Al punto de que esta vez eligió colgarse la guitarra eléctrica antes que pararse frente al teclado, al que acudió brevemente en algunos tramos de las casi dos horas de actuación. Sacando chapa además de su condición de alumno insigne de esa sediciosa institución del rock and roll que fundaron Mick Jagger y Ketih Richards, cuya impronta homogeneizó estéticamente su obra solista y el legado de su antiguo cuarteto.
Esta performance de la Agenda 2025 Tour no sólo estuvo en sintonía con la resurrección que experimenta el rolinguismo en la escena local, sino que también mantuvo lazos con el último paso del Salmón por Buenos Aires, como parte del Quilmes Rock, donde sorprendió al mechar los caños del funk “Sir Duke”, himno de Stevie Wonder, con los de “Loco”. O al menos con los de esta reinvención de uno de los caballitos de batalla de su álbum Alta suciedad (1997). De hecho, el cantautor volvió a apoyarse en escena en la banda que lo acompañó en su presentación en el festival, formación que en esta oportunidad sonó todavía más ensamblada, aceitada y, por sobre todo, afilada. Ahondando en el trabajo de las guitarras, que, contando la de Calamaro, terminaron siendo tres las que hilvanaron esa suite de yeites.
Ni siquiera logró salvarse de este arsenal rockero “Tuyo siempre”, que desde aquel memorable Luna Park con la Bersuit mostraba una tez próxima a la de la cumbia villera, a partir de la mimetización del teclado con el keytar metralleta patentado por Pablo Lescano. Si bien esa estética quedó, el sostén tropical fue reemplazado por la vuelta a la intención reggae que distinguió a la original, partícipe del primero de los cinco CDs del disco El salmón, lo que dio pie para el remate con un guiño a “Mil horas”. Eso sucedió promediando la mitad del show, cuya inauguración se produjo con “Crímenes perfectos”, bombazo que auguraba una noche “para no olvidar”, apelando a ese éxito de Los Rodríguez, también de la partida en este setlist y otro de los clímax de la presentación. Tanto así que esos cuatro minutos de duración parecieron efímeros.
Sin embargo, este reencuentro con la capital argentina comenzó mucho antes, en la antesala que se armó espontáneamente en el Parque Los Andes, a una cuadra del Movistar Arena. Ahí esa feligresía fiel, Fernet o cerveza mediante, se encargó de seguir amplificando la leyenda en torno a Calamaro, al mismo tiempo que ensayaba una tentativa lista de canciones para esa jornada, que al final repitió la de la primera fecha. Al igual que los invitados que deambularon por el tablado, quirúrgicamente seleccionados. Lo que igualmente se conservó fue la devoción que existe por el otrora Los Abuelos de la Nada, uno de los músicos nacionales (posiblemente el último) que se esforzó por llevar al rock hacia el terreno de las músicas populares, a la misma estatura del tango y del folklore.
Una vez que quedaron atrás “Crímenes perfectos” y “Cuando no estás”, la groovearon en “Loco” y luego volvieron a hacerlo en la conclusión de “Carnaval de Brasil”. Y en el medio se mandaron una emocionante revisita a “Te quiero igual”. Apenas largaba el show, y ya esa masa que desbordaba el campo del Arena había tributado al artista con dos “Olé, olé, Andrés”. Mientras que “Rehenes” marcó el primer pogo de la noche. A “Para no olvidar” la escoltó “Cuando te conocí”, donde el laburo de la terna de violas empezaba a dejar huella, destacando la visceralidad de Brian Agustín Figueroa, quien, a pesar de su brillo con luz propia, nunca dejó de tender puentes con el estoico Julián Kanvesky. Mano a mano reforzado por “Me arde”, en la que además ganó estelaridad el tecladista Germán Wiedemer.
Tras dejar las maracas a un lado para colgarse nuevamente la guitarra, el Salmón, camuflado por su gorra negra de los Dodgers de Los Ángeles (recientes campeones de la Liga estadounidense de béisbol), advirtió: “Ahora viene una difícil de cantar”. Vaya que tenía razón: se trataba de “A los ojos”, temazo de Los Rodríguez que abajo desató un inmenso salto colectivo y que arriba consiguió que la audiencia no volviera a sentarse. Retomaron el funk de la mano de la brillante “Output-Input”, y se movieron a la bossa nova con la tremenda “Los aviones”, que tuvo como corolario el estribillo de “El ratón”, salmo salsero popularizado por el inmenso Cheo Feliciano. Y aprovecharon esa bajada de cambio para desenvainar el folk introspectivo “Nacimos para correr”, del disco Bohemio (2013).
A continuación, Calamaro llamó a Chano y Bambi, de Tan Biónica, para hacer el meditabundo “Donde manda marinero”, seguidos por “Tuyo siempre” y “Mi enfermedad”, desatando con éste una efervescencia de tal magnitud que puso a temblar a todo el estadio. El músico invocó a Facundo Soto, cantante de Guasones, para que se sumara en “El salmón”. La rockearon otra vez con “Alta suciedad”, en la que despuntó su binomio de caños (el septeto lo completan el bajista Mariano Domínguez y el baterista Andrés Litwin), escoltada por “Sin documentos”, “Estadio Azteca” y la sentida “Paloma”, para la que conocaron a Patricio Sardelli, violero de Airbag. Después del ínterin, llegó el bis con el “momento Oasis” y “Los chicos”, sentenciando la reinvención de un rockero en constante ebullición. Nota aquí.

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