Todo lo que perdemos cuando cierra un bar de toda la vida
Detrás de cada persiana bajada se esfuma un modo de convivencia, una red invisible de afectos y resistencias que sostienen la vida urbana más allá del consumo y la prisa.
El cierre de un comercio que ha tenido algún papel en nuestra vida supone un pequeño disgusto, pero, quizá, el sentimiento se agudiza cuando el establecimiento en cuestión es un bar. En las grandes ciudades, el cierre o la transformación de bares de toda la vida está sucediendo a toda velocidad. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), entre 2010 y 2023 se cerraron en España casi 35.000 bares. Y este proceso, que forma parte de la homogeneización general del paisaje urbano, está acabando con algo que va mucho más allá de una forma de comer, beber o pasar el rato.
Según el antropólogo urbano José Mansilla, conocido en internet como @antroperplejo, el bar fue durante décadas un engranaje clave en la estructura social. “En sociedades de conformación fordista, los bares tenían el papel de ser lugar de encuentro tras la jornada laboral. El sitio donde compartir cómo te había ido el día o hablar de proyectos”, explica. “Antes de la República y durante ella, eran también espacios de discurso oculto: lugares donde se tramaban ideas políticas o sindicales de manera discreta”. Esa función de refugio cívico se ha ido diluyendo con el tiempo, sostiene Mansilla, en una sociedad “mucho más fragmentada e individualista, donde las ciudades ya no ejercen ese papel de conflictividad urbana vinculada a las antiguas acciones sindicales de la industria”. Los bares, por tanto, han perdido esa centralidad y se han ido convirtiendo en otra cosa.
La periodista gastronómica y filósofa Anna Torrents analiza este fenómeno: “La desaparición de los bares de toda la vida revela una doble pérdida: la de lo real y la de lo común”. En su diagnóstico, lo que antes era refugio de lo cotidiano, un espacio donde el tiempo podía detenerse, hoy se rige por “la lógica de la visibilidad y la productividad”. “El bar ya no se habita, se consume como una experiencia más. Como señalaría el antropólogo Marc Augé, lo que ocupa su lugar no es otro tipo de bar, sino un no lugar: espacios neutros, funcionales, intercambiables, donde nadie deja huella. El bar de siempre ya no encaja en el ecosistema acelerado de la ciudad contemporánea”, continúa. Torrents recuerda que también hay razones materiales: “Muchos de estos bares sobrevivían gracias a economías familiares o sumergidas. Hoy, los alquileres, la fiscalidad y las normativas han hecho inviable esa precariedad romántica. No es solo que falte alma; es que cada vez es más difícil vivir de un bar”.
El bar como institución moral y afectiva
De esa desaparición habla el escritor y tabernero Carles Armengol (Barcelona, 44 años) en su nuevo libro Matar un bar, editado por Col&Col. “Las ciudades cambian y sus negocios también, así lleva pasando desde hace siglos. Lo que me inquieta es la homogeneización urbanística y la ausencia de alma de los negocios que abren. Todos vemos las mismas series y escuchamos los mismos artistas mientras las ciudades están repletas de franquicias, negocios blanqueadores de dinero sucio y bares sin alma”, afirma.
Para Armengol, tener un bar nunca fue solo una cuestión de negocio. “El bar, por tradición, ejerce un rol socializador indispensable. Es un centro de día (y de noche) para personas que se sienten solas, un lugar de encuentro, de intercambio, donde se fortalece el tejido social. Es donde el vecino puede dejar una copia de sus llaves por lo que pueda pasar”. Él creció entre mesas y tragaperras, observando lo mejor y lo peor de la condición humana que se representaba cada día. “Crecer en un bar de barrio me hizo aprender a comprender y no juzgar las oscuridades del otro; a humanizar la desgracia ajena sin creer que lo tuyo es mejor”, recuerda.
En su discurso se expresa una idea que va más allá del romanticismo: el bar como resistencia al capitalismo acelerado. “Decidir a dónde vamos a comer es un acto político”, sostiene. “Saber si los dueños son quienes están detrás de la barra, si cuidan a sus trabajadores... Cuidar a tu barrio y a la gente que vive en él trabajando desde dentro es un acto hermoso ante un contexto globalizado”. Nota aquí.




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