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Pero los inicios no fueron un camino de rosas y el fuego no solo estaba en el taller de Arcadio. En 1976 y 1977, Madrid hervía en contradicciones, y la librería, que había nacido como un espacio de resistencia cultural y política, fue objeto de varios atentados de la extrema derecha. Ataques fascistas con cócteles molotov, pintadas y hasta disparos. Los libreros del momento aguantaron estoicos las continuas agresiones. Durante años, los marcos de las puertas guardaron las marcas de las balas como cicatrices visibles de aquella época. Algunos libros aún conservan las páginas chamuscadas, memoria física de un tiempo en el que vender y leer literatura podía ser un acto revolucionario.
En 1979 aparecen en escena tres jóvenes estudiantes que lo cambian todo: Lola Larumbe, Jaime Lucía y Santiago González toman las riendas de la librería en noviembre de ese año, justo cuando las cosas empezaban a calmarse un poco, aunque aún se cortaba la tensión en el aire.
¿Y el nombre? ¿Podía seguir llamándose “Rafael Alberti”? Lola, con el respeto de quien no quiere pisar lo que no es suyo, le preguntó al poeta en persona. Alberti, generoso y confiado, no solo dio su visto bueno, sino que lo hizo con la sonrisa de quien sabe que las librerías, como los barcos, necesitan buenos capitanes. Y vaya si lo fue.



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