A Miguel Ángel Yusta, esta especie de coplillas
Ay, amor, si la vida viniera
de tu nombre vestida
y, de pronto, rompiera
los lazos que nos atan
a este tiempo de sombras
y afilados cuchillos.
Ay, amor, quién pudiera
sentirte por la piel
y la carne sedienta
de estas tardes de octubre
que rompen calendarios,
que paran los relojes,
mientras beso, despacio,
tu cintura y sus mapas.
Este otoño sin lluvia
con el campo lejano,
con el sol moribundo
persiguiendo palomas.
Y las calles desiertas
y tu voz que promete
el olor del romero
y la humana cadencia
que me traen tus caderas.
Ay, amor, si estuvieras
por esquinas y cartas,
por los versos escritos,
por el adverbio siempre
y la palabra ahora.
Ay, si tú me encontraras
en los cafés sin nadie,
en iglesias vacías
y en los cielos sin nubes.
Si, por fin, me encontraras,
si hasta mí te vinieras
como vienen los niños
al abrazo de madre.
Ay, amor, si vinieras,
¿qué iba a querer yo entonces?
Moriría contigo
en tu cama de novia,
entre sábanas blancas
y bordados de flores.
Déjame que esta noche
yo te encuentre de nuevo,
con la flor en tu pelo
y este sueño bendito
de nacerte en mis manos.
Ay, amor, que la vida
se deshaga en tu pecho.
Para siempre y ahora.

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