“Este libro es un homenaje al mundo del espectáculo”
En la ficción, ambientada durante la dictadura, el periodista y escritor utiliza el humor como un pararrayos vital que conjura el espanto, en medio de listas de artistas prohibidos, censurados y secuestrados.
La especie más temible es el ignorante con poder. Esta revelación se produce cuando Pablo Bernard, el director de cine más prestigioso del país, es citado por el Departamento de Control de Imágenes e Impresos de la Coordinadora de Fuerzas Militares en julio de 1976. Ante un censor que conoce previamente del mundillo del espectáculo, Vicente Godoy, “un personaje oscuro y resentido”, que como periodista “jamás había conseguido superar el nivel de la gacetilla banal”, le advierten que fue objeto de una denuncia anónima. Durante la filmación de su película número dieciséis, Los nuestros, los otros, se dirigió a un actor del elenco y le dijo: “Para que entiendas en qué clase de angustia pienso, imaginate que los milicos se llevaron a tu hermana y te enterás que en este mismo momento la están torturando”. Más allá del espanto que genera pensar quién fue el delator, el lenguaje de un expediente amedrenta hasta el más incauto de los creadores: “La frase legitima la idea, falsa, de que actos de esa naturaleza suceden con frecuencia en nuestro país. El exceso precedentemente descrito es tanto más grave cuanto fue pronunciado de un modo público por quien con sus obras y realizaciones tiene la posibilidad de influir sobre acciones y conductas masivas”. En Nada más aburrido que ver filmar, la segunda novela de Carlos Ulanovsky, publicada por Grupo Editorial Sur, el humor es un pararrayos vital que conjura el espanto en medio de listas de artistas prohibidos, censurados y secuestrados. Nota aquí.
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