“Me jodió mucho el gatillazo en Madrid”
Sigue harto del rap, no le gusta envejecer y aún le duele su último concierto: se quedó mudó y abandonó el escenario. Al borde de los setenta, el artista se sirve un tequila y habla de juergas, drogas y mariachis.
Entra Joaquín Sabina en la estancia, con un vaso largo de chupito en la mano, lleno de tequila, y la mirada oscura de quien ha visto el otro lado. Su voz, más que una voz, parece el ronroneo de un tubo de escape. Ofrece tequila y café. Son las 17.30. Y asegura que esta bebida es el mejor bálsamo para los músicos: no hay más que fijarse en los mariachis y su capacidad para trotar día y noche; también le da por recordar uno de sus oficios cuando huyó de joven a Londres: fue maquillador de muertos. Describe un movimiento breve con la mano, así pasaba el peinecito a los cadáveres. Luego se esfuma para hacerse el retrato que precede estas páginas, mientras un gato llamado Elvis hunde su hocico en el tequila que ha quedado en la mesilla. El vaso es una calavera de cristal. Nota aquí.
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