Serrat y Sabina llenan el Sant Jordi de emoción y cachondeo
15.400 personas asisten en Barcelona a un concierto lleno de recuerdos inapelables servidos en un envoltorio sonoro y visual de lujo
Se llaman Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina. Con eso ya casi está dicho todo, sobre un escenario pueden hacer lo que les venga en gana y siempre estará bien. Con su sola presencia ya lo tienen todo ganado y podrían columpiarse en ello y, como suele decirse, vivir de rentas.
Casi nadie se lo tiraría en cara. Pero ni uno ni otro, ni los dos como pareja de hecho, son de los que pueden quedarse en casa ante el chisporrotear de la chimenea coleccionando recuerdos e ingresando derechos de autor. Lo suyo es el reto perpetuo de no repetirse, aunque no tengan nada nuevo que presentar. Solo así se explica la aparatosidad de esta nueva gira. Una aparatosidad visual y sonora que podría parecer innecesaria para vestir unas canciones que funcionan solas pero que, sentado en la no siempre cómoda butaca de un inmenso polideportivo, se agradece.
Regresaban juntos por tercera vez y la velada ya empezó dejando claro que nada era igual a lo esperado. La petición habitual de apagar móviles y no grabar ni fotografiar acabó con el desmoronamiento emocional de la locutora que lo envió todo a freír espárragos incitando al personal a hacer lo que quisiera. Inmediatamente irrumpió un espectacular vídeo animado en tres de las cinco pantallas gigantes que a lo más viejos del lugar (muchos esa noche) les recordó el entrañable Cinerama. Nota aquí.
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