viernes, junio 11, 2021

Silvio Rodríguez

 Para mí, componer tiene mucho de juego, como cuando de niño me llevaban al parque.

Una vez, un campesino de un país latinoamericano, al que un médico cubano curó, afirmó que lo que más le impresionaba era que Cuba no ofrecía lo que le sobraba, sino que compartía lo que tenía.

La anécdota anterior la contó un cubano que, durante décadas, ha compartido bellos grafemas sonorizados con una intangible paleta de colores, con la que ha pintado ideas, pensamientos e introspecciones en el lienzo de la vida... en canciones.

–¿Una pieza musical es una trozo de energía que un humano materializa y comparte?

–Para mí, componer tiene mucho de juego; es como cuando era niño y me llevaban a un parque: horas de maravilla, pero se trata de una ciencia, sobre todo si uno no es de los que se conforman con la primera idea. Muchas canciones se me quedan en el limbo esperando la despedida, hasta que un día, a veces años después, volvemos a encontrarnos.

El hombre que habla dibujaba historietas en una revista cuando era joven, pero dejó el lpiz y el pincel, y también abandonó sus estudios de piano por coger una guitarra, con la que, desde ese tiempo decretó que la escritura y la música podían salvar al mundo. Mi guitarra me ha acompañado la mayor parte de mi vida. Sin embargo, he sido desatento con ella, olvidadizo, aunque nunca ingrato. Me conoce y creo que no sólo me soporta, sino que incluso me malcría, porque cuando vuelvo después de las ausencias me sigue enamorando.

No tengo un algoritmo

–Cada creador tiene un proceso único.

–Yo no tengo un algoritmo. Un día descubrí un tema en un ensayo. Suspendí la práctica y me fui a casa. De aquella pieza salieron otras dos, pero demoré tres meses en la articulación de los enlaces. Resuelto esto, en sólo unos minutos estuvo la pieza.

–En una canción, ¿se pueden ver colores?

–Las orquestas suelen trabajar el color y los instrumentistas suelen usarlo como recurso. No dudo de que en una canción pueda verse el color, además de escucharse.

Nacido en 1946 en San Antonio de los Baños, Silvio Rodríguez Domínguez es un bucólico que ha cantado a humanos, a la patria, a la amistad, al amor y al desamor, a la esperanza, a la muerte y a los sueños...

–¿Qué son los sueños para Silvio?

–Son potreros inmensos donde ángeles y demonios corren felices en total libertad.

Ama escribir... y, claro, cargar siempre con una cámara que quizá lo ayudará a captar algún ovni.

A través de correo electrónico, ofreció a La Jornada reflexiones sobre él y su terruño, entre ellas, la de la campaña a favor de otorgar el Premio Nobel de la Paz a los médicos cubanos de la brigada Henry Reeve.

La calidad, pero sobre todo la humanidad de la medicina cubana, es un logro indiscutible, cuenta. Cuando se cumplieron 15 años de la fundación de la Henry Reeve, ésta ya había atendido a más de 4 millones de personas en Asia, África y América Latina, y había salvado más de 93 mil vidas, argumenta. Nota aquí.



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