Encuentro número 4
Alguna de estas tardes nos veremos
en cualquier bar, pegados a una barra.
Y nos diremos las cosas que se dicen
personas educadas. Nos daremos
dos besos sin rozarnos.
Un reconocimiento,
amable ciertamente, de un pasado
que nos parece ahora muy lejano.
Luego, luego, tal vez tomemos algo,
una copa de vino (no son horas
todavía, lo sé, para un gintonic)
y hablaremos de viejos conocidos,
de trabajo, de libros, de los nietos.
De Madrid,
del calor y del hastío
de una ciudad infame como ésta.
No sé por qué las tardes ya no tienen
ese fulgor de entonces.
Es un aburrimiento todo esto, te comento.
Y tú dirás (estoy casi seguro)
que son los años y el tiempo inexorable.
Amable y sonriente, dirás al despedirte,
lo que se dice siempre
en una situación tan deplorable:
“Te llamo cualquier día”.
Y yo responderé: “Claro. Tenemos
que quedar y hablar tranquilamente”.
Nuevos besos y adiós.
Te vas. Ya ves, no he creído necesario
decirte que he cambiado de teléfono.
Y que el tuyo, hace tiempo,
lo borré de mi agenda
una tarde de copas como ésta.
(Ponga un gintonic, amigo, que es la hora)
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