domingo, enero 16, 2022

Lola Larumbe

 “Un cliente pesadilla típico es el que te pide un libro de hace 25 años, se lo encuentras y luego te dice que es ‘solo para saber”

El ‘alma mater’ de la legendaria Librería Alberti sabe que la garantía para la supervivencia de su gremio es escuchar: “A mí lo que de verdad me pone es ver a los libreros jóvenes en acción”

Lola Larumbe (Madrid, 61 años) tenía 19 cuando cogió el relevo de una de las librerías legendarias del Madrid de la Transición. No solo consiguió conservar el legado con dignidad y apertura de miras, sino que, más de 40 años después, sigue viviendo su trabajo al frente de la Alberti con una ilusión de librera de película. “A veces tengo la pesadilla horrible de que se han caído los azulejos de la fachada. Tengo la sensación de que si eso permanece, permanecerá todo lo demás”, cuenta esta mujer que iba para bióloga pero decidió apostar por una pasión que, desde José Luis Sampedro hasta Almudena Grandes pasando por Joan Margarit, le ha granjeado amistades estimulantes y una forma de vida que no cambiaría por nada.

Pregunta. ¿Recuerda cómo nació su pasión por los libros?

Respuesta. Mi madre venía de una familia de mujeres que leían mucho. Ella estudió económicas pero se casó con mi padre, que era aviador militar, y no trabajó. Estaba conforme con su vida, pero creo que el cuerpo le pedía más. Nosotros éramos cinco hermanos y dábamos mucha guerra, pero a partir de las cinco de la tarde nos decía: “Ahora es mi momento. No me pidáis ni un vaso de agua, tengo que descansar”, y se ponía con sus libros en un sofá o en la terraza. No tenía la famosa habitación propia pero se rodeaba de periódicos, de tomos de enciclopedia que tenía de su abuelo, de libros de filosofía. Construía una especie de muro de protección y yo veía lo bien que estaba ahí dentro…

P. Y cuando usted se hizo cargo de una librería tan progresista, ¿no fue un problema familiar?

R. La verdad es que mis padres eran muy conservadores, pero también sumamente tolerantes. Tuvieron más miedo de tipo económico que ideológico. Yo estaba estaba haciendo biológicas y Jaime y Santi [sus socios] no habían terminado sus estudios. Cuando cogimos el primer local, en Chueca, todo el mundo nos decía que nos iban a atracar porque era terrible, la verdad, siempre estaba lleno de yonkis…

P. ¿Les miraban como bichos raros cuando llegaron a Moncloa, un barrio tradicionalmente ultraconservador?

R. Ahora ya saben quiénes somos, gente de orden [risas], pero la librería original, que abrió en el 75, había sufrido incendios, pistoleros, intentos de bomba. Había significado mucho. Su fundador, Enrique Lagunero, fue bondadoso con nosotros cuando decidió cedernos el local, aunque quisiera hacer negocio también. Le hicimos gracia: nuestra ilusión, nuestra ingenuidad…Nota aquí.



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