Atardecer
Un rumor de pájaros que buscan
el refugio de un árbol en el patio.
Las nubes, temblor frío por la calle,
desierta ya, sin nadie.
Y anochece.
Esta belleza inmensa de los campos.
La vida, dios,
la vida como un beso,
quieto y adormecido junto al fuego.
¿Dónde irán estos días y estas noches?
¿Es ésta la luz última que miro?
¿La flor de los almendros,
el perfume
de la hierba mojada,
los ladridos
de perros a la luna -en aquel tango-
y esta quietud que duele y casi mata?
Tan lejos ya de todo.
Solitario
como esas carreteras que no llevan
a ninguna ciudad,
a ningún pueblo.
Tan lejos ya de ti.
Tan para siempre.
Tan a este lado inhóspito del río.
Veo llegar la noche.
Aquí la espero,
a cuerpo, en soledad.
Mi miedo es mío
y nadie podrá nunca arrebatármelo.
No me escondo de dios,
si es que aún existe.
(Cuánto daría yo ahora por creerme
sus cielos o su infierno
y encontrar un refugio en su memoria).
Pero creo en la paz de este momento.
En el reloj que llevo en mi muñeca,
en los cuerpos que amé
como si fueran
siempre el primer amor,
en la sonrisa
luminosa de mis nietos.
Y lo confieso:
creo, sobre todo,
en esta oscuridad que cada día
me envuelve a cada paso que voy dando.
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