El pan
Sube el pan, dulce maná del hombre.
Unos céntimos. La ínfima distancia
que separa el miedo a la pobreza
de la esperanza mínima y redonda.
Sube el vaso de vino, cae el consuelo
del hombre que rebusca en su bolsillo
dos monedas para ir al paraíso,
fugaz edén, efímero y pequeño.
Las calles, estas calles ya sin nadie,
espejismo de un tiempo que no es nuestro.
Es la desolación del pan y el vino,
alimento sagrado de los dioses.
Ese precio del pan, no importa cuánto,
que nos trae este viento de tristeza,
este frío terrible, el desamparo
que estos días nos dejan en el alma.
Dadnos, pues, un buen sorbo de esperanza,
un bocado de paz en nuestros labios,
el calor de algún cuerpo en la alta noche.
La vida entre los brazos que añoramos.
Y que el pan no se mida por migajas,
que pueda compartirse, tierno y suave,
con el hermano que anda a nuestro lado,
que habla solo y espera solo un día
hablarle a dios del hombre y su tristeza.
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