LA COMIDA
Quedamos a comer, hacía mucho
desde la última vez en que nos vimos.
Yo me pinté los ojos y me puse
ese pantalón negro que me hace más delgada.
Hablamos de esas cosas que se hablan
para llenar un tiempo sin memoria.
Y luego, ya a los postres, con el vino
haciendo su labor liberadora,
te recordé lo nuestro, aquellos tiempos
en que fuimos felices y podía
hundirse a nuestro lado el mundo entero
sin que nosotros dejáramos de amarnos.
Creo que en un momento,
disimuladamente, me recogí una lágrima.
Pero tú respondiste hablando de política,
de esas cosas ajenas a nosotros
que dejamos que un día nos mataran.
Y me diste consejos como un padre a una hija
un poco descarriada y tontiloca.
−Es tarde, voy a irme.
Tengo que hacer la compra de mañana.
En la boca del metro me besaste
con la misma emoción de un funcionario.
−Volveremos a vernos –me dijiste.
Al bajar la escalera iba pensando:
−Que te den por el rasca, cielo mío.
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