Soledad
Las celebraciones navideñas son una complicación. Y no me refiero a las tareas domésticas en los almuerzos o las cenas familiares. Ni siquiera aludo a las relaciones difíciles con el cuñado de turno. Hablo de todas las sombras que convocan las iluminaciones de Navidad, el recuerdo de lo perdido, las cocinas o las sillas vacías, aunque estén ocupadas por otra gente. Sucede también en las almohadas. Me desperté esta mañana con el recuerdo de mi padre. Recitaba en voz alta un poema de Pemán titulado “Soledad”.
Una voz profunda, más profunda de la que usaba en la vida y aprovechaba con destreza para recitar poesía. Soledad sabe una copla que tiene su mismo nombre: Soledad. Tres renglones nada más, tres arroyos de agua amarga, que van, cantando, a la mar… Sí, la soledad es una compañía inevitable en las fiestas familiares, porque hay distancias de todo tipo, incluso distancias con uno mismo, muy difíciles de salvar. Otra ciudad, otro tiempo, otra vida. Pemán, hombre conservador y partidario de los valores tradicionales, llegaba a dudar del amparo familiar en los momentos más oscuros. Tres versos, ¿para qué más? Si con tres sílabas basta para decir el vacío del alma que está sin alma: soledad.
El alma que está sin alma… Hay distintas formas de soledad, pero la más difícil es la del alma que está sin alma, el vacío que deja sin sentido la vida propia. Las pérdidas apagan cualquier luz que quiera encenderse, los villancicos se cargan de pólvora melancólica y no es posible, ay, como deseaba mi madre cuando una discusión política saltaba en la mesa, tener la fiesta en paz. Nota aquí.
0 comentarios:
Publicar un comentario