Despedida a un novelista
El punto final a la carrera de Mario Vargas Llosa me ha emocionado por lo que significó para mi experiencia de latinoamericano y para mi vocación de novelista. Sus obras forman parte de mis recuerdos tanto como mis propias vivencias.
En la última página de Le dedico mi silencio, después del punto final de la novela, Mario Vargas Llosa escribe dos párrafos sorprendentes. Ocupan el lugar de esas notas de autor, más o menos convencionales, donde se dan dos o tres precisiones sobre la escritura del libro que acabamos de leer, y así nos cuenta Vargas Llosa que terminó el borrador de esta novela en Madrid, el 27 de abril de 2022, y que pasó los meses siguientes corrigiéndolo. Pero entonces, de manera súbita, de una línea a la otra, la nota inofensiva toma el tono y el lenguaje de un diario: Vargas Llosa anuncia un viaje al norte del Perú; luego cuenta que ya lo ha hecho, y que le ha servido mucho; luego escribe: “Creo que he finalizado ya esta novela”. Su intención ahora es terminar un ensayo sobre Sartre, dice enseguida, y cierra el párrafo –y el libro– con estas palabras: “Será lo último que escribiré”.
No pensé que esa página sencilla me fuera a emocionar como lo ha hecho, a pesar de que la leí con la conciencia plena de lo que la obra de Vargas Llosa ha significado para mi experiencia de latinoamericano y mi vocación de novelista. Pues con esa despedida no se cierra solamente una de las empresas literarias más ricas, abarcadoras y ambiciosas de nuestro tiempo, sino también la obra de una generación entera que transformó dos cosas para siempre: la literatura en lengua española y el lugar de América Latina en el imaginario del mundo. Vargas Llosa es el último de una estirpe, el único superviviente de ese puñado de escritores que hemos agrupado bajo el tosco rótulo de boom latinoamericano, cuyos libros han ocupado para muchos de nosotros el lugar de una verdadera educación: literaria, como es evidente, pero también sentimental y política. Las grandes novelas del boom quisieron reescribir la historia latinoamericana; lo que también lograron fue darnos a algunos las herramientas para inventar nuestra biografía.
Así es. Yo puedo decir —y aquí ya paso a la primera persona— que mi vida civil es incomprensible sin los libros de estos escritores, desde sus ficciones a sus ensayos y desde su periodismo a su poesía. Mi relación con ellos comenzó con la lectura de El coronel no tiene quien le escriba, que hice a los 11 años como tarea escolar, y en el curso de las cuatro décadas siguientes ha sido una presencia constante: esos libros han sido a veces un modelo y un acicate, y a veces una autoridad incómoda contra la cual sólo cabe la rebeldía, pero siempre han estado allí, como una suerte de país portátil. Una parte considerable de mi vida de lector y novelista tiene lugar en otras lenguas y otras tradiciones, pero ese momento preciso de la literatura latinoamericana del siglo XX, el que empieza con Borges y termina con Vargas Llosa, es para mí un hogar, por lo menos en el sentido de aquel verso de TS Eliot: el lugar del cual partimos. Nota aquí.
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