Babasónicos: la capacidad de reinvención permanente
La banda despidió el año con otro show sorprendente. Aunque tenía a mano el material flamante de “Cuerpos, vol. 1″, Babasónicos ofreció un repertorio ecléctico, extraído de diferentes etapas.
Ahora que este año, al menos en la Argentina, Manchester volvió a estar cerca, demasiado cerca, sobre todo a partir de la vuelta de Oasis, vale la pena recordar que en 2026 se cumplirá el 20 aniversario de un episodio mitológico en la música popular contemporánea local. Ian Brown, ídolo de los hermanos Gallagher y arquitecto del rock alternativo mancuniano junto a su otrora grupo, The Stone Roses, se quedó sin violero para su recital en el Personal Fest, por lo que convocó a Mariano Roger, guitarrista de Babasónicos, para que le hiciera la gamba. La elección no fue fortuita: era fan suyo y de la banda de la que es parte, que también integró la grilla de esa edición. No sólo eso: durante el show llamó al resto de los de Lanús para interpretar la colaboración que hicieron para su disco Golden Gates (1999), a la que tituló igual que sus comensales.
Si bien a mediados de los 2000 finalmente alcanzó la masividad, Babasónicos en la conclusión de los años 90 era una banda prestigiosa, pero todavía de nicho. Desde su debut, con Pasto (1992), cada disco se transformó en una invitación al vértigo y en un ejercicio de experimentación impúdica; una especie de islote de la vanguardia rodeado por el mar de las tendencias y la cultura pop. Consiguieron generar conceptos, sin desatender la realidad. De hecho, unos meses antes de que Brown publicara ese segundo material en solitario para el que los convocó, los liderados por el cantante Adrián Dárgelos lanzaron el fabuloso Miami: repertorio que conceptualmente despedía a un modelo de país y que estéticamente se convirtió en el cierre de su primera etapa, la que le dio a pie a la que largó con Jessico.
Tiempo después de la aparición de ese disco, el quinteto actuó en Ferro, como parte del festival Quilmes Rock. A 21 años de ese encuentro, Babasónicos regresó a ese estadio en la noche del sábado (tras agotarse esa fecha, anunció una función más para el domingo) sin otra razón que despedir el 2025. Sin embargo, el pasado 27 de noviembre el grupo estrenó su decimotercer trabajo de estudio, Cuerpos, vol. 1. Si en algún momento se creyó que Trinchera (2022) significó la inauguración de un flamante periodo, disparado por la invocación del rock al éter de la electrónica para reinventar su entelequia de la canción, lo más reciente de la banda se planta como antípoda. Se trató del paso de la reflexividad pandémica a la resistencia al noemedievalismo en el que devino la nueva normalidad. Y es que hoy la lid debe ser cuerpo a cuerpo, a cielo abierto.
La última vez que la banda tocó en Buenos Aires en diciembre sucedió en 2023, en Campo de Polo. Lo único que coincidió entre aquel día y éste fue el calor infernal, porque la puesta en escena se renovó. Si en ese entonces giró en torno al triángulo o a la mística piramidal, ahora el receptáculo fue un cubo donde se coloreó de rojo y de negro la introspección y la distopía, y que hizo de las líneas y rectángulos en gris degradado una metáfora de la infelicidad. Esto tomó forma mientras Dárgelos cantaba: “Me encantaría construir un poco de alegría”, pasaje redimido de la suerte de R&B digital “Tiempo off”, que tuvo su estreno en vivo en esa performance. El escenógrafo Sergio Lacroix, una vez más, se coronó en su aliado conceptual, en el paisajista del metaverso, reemplazando aparte las visuales decorativas por imágenes en tiempo real funcionales al show.
El frontman, por su parte, guardó en el placard el outfit chamánico blanco que lució en el periodo de Trinchera, y, consecuente con el sentimiento que atraviesa a Cuerpos, vol. 1, se atavió de monje negro, algo parecido a un Rasputín retrofuturista. Así salió al tablado, llevando envuelta en el cuello una boa navideña dorada, gesto que se desdobló entre la ironía y el divismo. Apenas tomó el micrófono, cantó “Advertencia”, funk logarítmico incluido en el nuevo disco (con “Tiempo off” fueron los temas que sonaron de ese material), seguido por dos de las mejores creaciones de su anterior álbum: los dance guitarreros “Mimos son mimos” y “Paradoja”. De este último sorprende su construcción no lineal, debido a que genera una sensación de angustia alusiva a la de su título. Ambos exponen además la increíble capacidad de reinvención del grupo. Nota aquí.


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