Salvar la vida
salvaría algún bar a media tarde,
la soledad de un cine, la tristeza
que queda en un motel de madrugada.
Salvaría también, os lo aseguro,
esa melancolía de aeropuerto
sin viajeros, sin dios y sin destino.
La añoranza de un viaje en tren nocturno.
De todo lo que amo y lo que he sido
me quedo con la lluvia lenta y suave
en esa ciudad que amamos tanto,
y un puerto con olor a mar y brea.
Y las ropas colgando en las ventanas
y el blanco deslumbrante de las sábanas,
las calles como mundos, el refugio
para la soledad tan cerca siempre.
Sin dudarlo, salvaría del olvido
una tarde de otoño y el silencio
de la iglesia del pueblo en el verano,
su sonar de campanas en domingo.
Y el dolor del amor y su abandono,
la caricia de madre, el sobresalto
del beso en un portal oscuro mientras
volaban los vencejos en la plaza.
Y, luego, los mordiscos como sangre,
los abrazos salvajes que quedaron
para siempre muriendo en el recuerdo,
y que me vienen hoy rompiendo el pecho.
De todo lo que tengo salvaría,
sobre todo, esa belleza de tu cuerpo
vencido por los años, pero siempre
glorioso en la derrota de la carne.

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