El bar histórico que reabrió en el local de un mítico restaurante: funciona las 24 horas, con precios accesibles hasta en Navidad y Año Nuevo
La Academia cerró a principios de año y se reinauguró donde antes estaba Pippo.
Fundada en 1930, es ideal para comer milanesas potentes y pastas.
La Academia nació en 1930 y eso se nota apenas se cruza la puerta. No por nostalgia forzada, sino porque en esa esquina histórica de Callao y Corrientes se acumularon décadas de charlas, discusiones, brindis y personajes que hoy figuran en libros, afiches y anécdotas repetidas. Pasaron figuras de la cultura, el espectáculo y el deporte argentino, todas con algo en común: vinieron a comer, a quedarse y a volver.
En febrero de 2025 bajó la persiana y más de uno pensó lo peor. Desde junio reabrió en Montevideo 341, el local donde supo funcionar Pippo, y volvió a hacer lo que mejor sabe hacer: atender 24 horas, con aire porteño sin maquillaje y mozos de oficio, de esos que te miran y ya saben si querés café, soda o una milanesa tamaño tabla de surf.
El plan sigue intacto. Mesas de pool, ping pong, juegos de cartas y una carta que no necesita explicar nada: milanesas generosas, picadas bien cargadas, pizzas al paso y un tostado para compartir entre cuatro. Un bar notable que cambió de dirección, pero no de carácter. Y eso, en Buenos Aires, es decir mucho.
La historia de La Academia
La historia de La Academia empieza lejos de la avenida Corrientes. Comienza en Lugo, España, y continúa en Buenos Aires en 1947, cuando Luis López llega al país sin nada. “Dormía en el sótano de un bar. Empezó lavando copas y todo, no tenía donde dormir”, recuerda su hijo Roberto.
Pasó por pensiones, por trabajos de mozo, por turnos eternos, hasta que entre 1974 y 1976 apareció la oportunidad de comprar el fondo de comercio junto a unos socios. Ese lugar era La Academia. Y no solo lo sostuvo: le imprimió carácter. “Él fue el que puso los pools originalmente, no tenía, era billar”.
En la esquina de Callao y Corrientes, La Academia se volvió testigo privilegiado del centro porteño. “Corrientes era otra, Callao era otro Callao. Era el centro neurálgico de Buenos Aires”, dice Roberto. Cines, teatros, funciones que terminaban de madrugada y un bar que nunca cerraba.
“El hecho de estar abierto las 24 horas nos favorecía, terminaban las funciones y se podían ir para ahí tranquilos”. Artistas, laburantes, músicos, personajes de la noche y de la bailanta encontraban refugio en esas mesas. “Casi todos venían por acá”, resume.
Un bar que nunca quiso ser restaurante. Fue y es bar. De esos donde se charla, se juega, se espera que amanezca. Esa identidad fue la que se cuidó cuando en diciembre de 2024 hubo que dejar el local histórico y mudarse. El nuevo espacio, en Montevideo 341, estaba destruido, pero la obsesión fue clara: que el alma viaje. “Las puertas son las originales de allá de Callao”, cuenta Roberto. Lo mismo con los vidrios y las ventanas, rescatados y reubicados como decoración en las paredes.
Hoy La Academia es la misma y otra a la vez. Cambió de piel, pero no de espíritu. Sigue latiendo la mística de las 24 horas, los juegos, el encuentro y ese aire porteño que no se fabrica ni se copia. Se mudó sin perder memoria.
Qué comer en La Academia
“Esto no es un restaurante, es un bar con posibilidad de comer algo”. Y eso se nota en el clima, en la carta y en el motivo por el que la gente llega: juntarse después del teatro, ver un partido, festejar un cumpleaños o estirar la noche con algo rico en la mesa.
Hay platos que ya son marca registrada. El tostado Academia es uno de ellos y no pasa desapercibido: ocupa toda la plancha, no un rincón. Lleva jamón, queso, tomate y huevo duro rallado, viene dorado, generoso y está pensado para compartir. La picada también juega en primera, una tabla circular tamaño pizza, con los clásicos, ideal para mesas largas.
La carta suma minutas y raciones clásicas: tortillas, rabas y platos simples. Y aunque el espíritu sea de bar, hay cocina casera de verdad. Las pastas se hacen ahí mismo: ñoquis, capeletis, sorrentinos o fideos, con salsas que se pueden pedir a gusto e incluso mezclar, como en los bodegones de antes.
Además, La Academia funciona como cocina de guardia porteña. Abre las 24 horas, todos los días, incluso Navidad y Año Nuevo. Hay menú del día con tres opciones que rotan entre carne, pasta, pollo o pescado, con bebida y café o postre incluidos.
Para Navidad y Año Nuevo el local sigue abierto las 24 horas, sin cortes, cuando casi todo lo demás baja la persiana. Eso la convierte en un buen refugio para los que salen tarde, los que trabajan, los que ya pasaron por la mesa familiar o los que directamente prefieren saltearse el protocolo. Se puede llegar a cualquier hora, incluso de madrugada, y encontrar el bar funcionando como siempre.
La propuesta es tan simple como tentadora: no hay tarjeta obligatoria ni precio fijo. Se puede pedir a la carta lo de siempre o elegir un menú especial con clásicos navideños, donde el vitel toné dice presente. No exige reserva, no fija consumo mínimo y no impone formas. La idea es clara: grupos grandes o chicos, antojo libre y cero solemnidad. Como una mesa familiar que nunca se levanta, donde siempre hay lugar para uno más. Nota aquí.


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