viernes, agosto 28, 2015

Joaquín Pérez Azaústre

Lorca y resurrección

Cada verano muere, nace y vive Federico García Lorca. Cada 19 de agosto, en la noche caliente por la respiración de tierras sulfurosas, un hombre es abatido en su propio misterio, un hombre tiembla y cae para después erguirse en su luz fulgurante. Cada verano muere y nace un cuerpo de escritura arterial, con la osamenta hendida en su musculatura simbolista, cada verano empieza el rito primigenio de las constelaciones, con su imán de palabras corpóreas y totales, como esbeltos planetas en órbitas cambiantes. Como una extraña carta de navegación hacia un océano nuevo, con su sorpresa y su convencimiento, cada verano surge otro lenguaje como un mar petrolífero, de corrientes y formas oscilantes y vivas, rutilantes en su metamorfosis: porque siempre es nuevo García Lorca, siempre es oceánico, siempre es una ruta descubierta con sus propios satélites para cualquier lector que se sumerja en ese firmamento de revelación. Nota aquí.




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