Esto es todo, amigos
En Madrid, finalizando el mes de mayo,
cautivo el que suscribe y desarmado
de versos y metáforas y métricas,
dice adiós a este oficio y abandona,
al menos de momento, los poemas
y se refugia en nada y el silencio.
¿Para qué tanto verso? ¿De qué sirven
las odas y lamentos salvo para
abrillantar mis egos y mis sueños?
Sueños absurdos, si bien se considera.
Prefiero, a estas edades, el olvido.
Porque los versos nunca
curaron los dolores del hermano,
la soledad del hombre, o la tristeza
del llanto de los niños. Y ninguno
lavara tanta sangre derramada.
No sé si soy poeta -¿importa acaso?-,
pero cada vez con más frecuencia,
me llega esta certeza irremediable
de haber perdido el tiempo para nada.
De que este juntar letras, esta extraña
melancolía de aeropuerto, o simplemente
ser un sentimental que se creyó
otra cosa tan sólo fue un chispazo,
que iluminó un momento la negrura.
Y creo a estas alturas de la vida
que los versos escritos, las palabras
dejaron de tener algún sentido.
Solo el hastío queda.
Que le den al poema.
Y acabe aquí la maldita poesía.
Venga, pues, el silencio y que me ampare.
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