Ismael Serrano ya no finge la dignidad del goleado
El madrileño presenta su nuevo disco, 'La canción de nuestra vida', en el que pone en entredicho algunos de los lugares comunes de los cantautores aunque sin perder su esencia
El cielo de Alcalá de Henares estaba eléctrico. Llovía y no llovía. Salía el sol y el arcoíris pero desaparecían, ambos, cuando intentabas enseñarlos. Ahora que ya nos convertimos en expertos meteorológicos sabíamos que aquella famosa y «temible y amenazante», diríamos los medios, DANA se acercaba sigilosa a la ciudad que vio nacer, dicen, al gran Miguel de Cervantes.
El fin del mundo o la DANA, cuyo aviso nos llegó en forma de alerta al móvil (el mismo que hace temblar a los surcoreanos cuando los vecinos del norte empiezan a lanzar misiles) y nos paralizó el corazón, no fue impedimento para que una mujer atravesara toda su ciudad para ir hasta Madrid y volver, ya de madrugada a Alcalá, cargada de libros en un bolso de tela.
Sus vecinas, medio ebrias tomando la penúltima en la terraza del único bar que quedaba abierto, la recibieron con ilusión: «Esta mujer es la mejor, y cuánto le gustan los libros», celebraban, mientras ella hacía equilibrios para que el peso de aquella montaña de poesía que cargaba en el hombro derecho no le inclinara tanto el cuerpo, ni los casi 70 años que también la empujaban hacia abajo.
El bar estaba justo enfrente del Teatro Salón Cervantes, donde Ismael Serrano decidió dar el pistoletazo de salida a su nuevo disco 'La canción de nuestra vida'. Concierto al que el cantautor invitó a sus familiares y amigos, como dice siempre, para que conozcan también sus nuevas canciones. Aquellos a los que les dedicó tantos versos, aquellos que lo acompañaron (en silencio o no tanto) durante tantos años de carrera.
La mujer del bolso invadido de libros no sabía que ese día cantaba Ismael. Pero de repente, la arrebató el recuerdo de su hijo. «Le encantaban las canciones de Ismael, las cantaba todas, todo el día», recordaba. Hablaba en pasado y uno no entendía muy bien el motivo: si era porque se trataba de un 'capricho serraniano' fugaz del pasado de un chaval que ahora prefería el autotune o la insoportable cantinela de los 40 principales, donde Ismael no suena (un incomprensible trauma, aunque no lo diga). Pero nada de eso. Su hijo «que ahora tendría la edad de Ismael», recordaba la mujer, había muerto. No dijo el motivo, pero parecía evidente que la presencia de Ismael, que hablaba animado con sus amigos de la facultad y con alguna pesada fan, conmovió a aquella mujer. La animaron a saludar al cantautor y se negó. Pero costó poco convencerla. Ismael, con la copa de vino vacía en la mano, la recibió, la saludó y la oyó poniendo toda su atención -con esa mirada tan suya y tan difícil de soslayar- como hace con absolutamente todo el que se le acerca. Sea quien sea. Caiga quien caiga. La mujer se fotografió con el admirado de su hijo fallecido y regresó a la mesa de sus amigas, agradecida por haberle insistido en saludar a quien puso versos en los labios de su pequeño. «Gracias», dijo satisfecha y algo emocionada. Nota aquí.
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