El nieto 133 encontrado por Abuelas cuenta su historia por primera vez: la vida con el apropiador, la búsqueda, el encuentro
El hijo de Cristina Navajas y de Julio Santucho cuenta que todavía siente en el cuerpo la felicidad que experimentó al enterarse de que tenía un padre, hermanos y toda una familia que lo habían buscado durante años. Su apropiador, un retirado de la Bonaerense, murió la semana pasada. "Esperaba que se lo juzgara y se lo condenara", lamentó.
Cuarenta y seis años después, Daniel Santucho Navajas volvió al lugar en el que por última vez sintió el calor de su mamá. Ese lugar, lúgubre y húmedo, donde nació cuando su madre llevaba más de seis meses secuestrada. El regreso al Pozo de Banfield –que fue uno de los centros clandestinos del conurbano bonaerense– se produjo en una fecha particular: ese día Cristina Navajas de Santucho, su mamá, debió haber cumplido 74 años, pero los criminales de la dictadura se lo impidieron. Los abrazos con su hermano Miguel “Tano” Santucho buscaron ser un conjuro contra el dolor y el horror para el nieto 133, que en julio restituyó su identidad.
Daniel es hijo de Cristina Navajas –desaparecida– y de Julio Santucho, sobreviviente de una familia diezmada por la represión. A principios de 1977 fue apropiado por un policía bonaerense y anotado como propio. Tuvo una larga búsqueda hasta que finalmente se acercó a Abuelas de Plaza de Mayo y a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi).
Sin decir quién era, el miércoles por la tarde recorrió el Pozo de Banfield. Se paró frente al retrato de su mamá que está colocado en el ingreso a la “maternidad clandestina”, donde pudo haber nacido. A la salida, le contó su historia a Página/12.
--¿Cómo arrancás la búsqueda?
--Era una necesidad de saber la verdad y de dársela a mis hijas. Fueron muchos años de duda y tristeza por tener eso oculto o por taparlo. Tenía 21 años cuando empiezo con las dudas. Unos meses después de que falleciera la persona que yo creía mi mamá, una hermana de crianza --que era 20 años más grande-- se me acerca y me plantea dudas. Yo le pedía que me explicara qué más sabía y no sabía decirme nada más. Ella se había casado, se había ido a vivir a Misiones y, cuando vuelve, encuentra que sus padres tenían un nene. No le cerraba por un tema de edad, supongo, de la que yo creía mi mamá, pero no me da ningún fundamento. Con eso voy y hablo con quien creía mi papá en ese momento y le planteo esta situación, pero él niega todo. Él dice que acababa de enviudar y que ella estaba esperando que él muriera para quedarse con la casa. Tiempo después, conocí a la madre de mis hijas, le conté mis dudas y me dijo: "Si querés, yo te acompaño, vamos a Abuelas". Y yo le decía: "No, yo no tengo dudas, yo le creo a él".
-- Cuando tu hermana de crianza te dice esto, ¿vos pensaste que podías ser hijo de desaparecidos?
--Esas dudas me quedaron todo el tiempo. Durante la dictadura, mi apropiador fue miembro de la policía bonaerense. Mi fecha de nacimiento era el 24 de marzo de 1977. Para ellos sería una fecha de celebración el primer aniversario del golpe. Cuando yo ya tenía 20 años, eso tenía otro significado: no eran fechas festivas. La vida siguió, tuve hijas. Al darles el apellido pensaba si les estaba dando un apellido que no les correspondía, que no era de ellas. Y, cada vez que se recuperaba un nieto, veía que podía ser. Son sentimientos encontrados con los que tuve que convivir; sentimientos que arrastré como una mochila durante muchos años. Cuando la mamá de mis hijas me dice de acercarme a Abuelas, yo sentía que lo traicionaba a él, que no le podía hacer eso a mi papá. Yo sentía culpa. Nota aquí.
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