“La canción de nuestra vida” (2023)
Ismael Serrano es un hombre propenso a las militancias, pero no solo en términos políticos. La canción de nuestra vida nace, de hecho, como un álbum comprometido con la belleza y la ternura, con el abrazo y la empatía, causas todas ellas particularmente nobles y, a día de hoy, casi estrafalarias. Así que haremos bien en felicitarnos por que cuenten con un defensor tan cualificado: el trovador de Vallecas, que en marzo soplará las velas de la cincuentena, no es ningún cándido y sabe bien de la dificultad de “doblarle el pulso al algoritmo”, pero se embarca en un ciclo de canciones definidas por la serenidad y el sosiego. Un suicidio, quizás; una bendición, ante todo.
En este ejercicio de resistencia pacífica, pero muy activa, Serrano aboga por una entrega parsimoniosa con la que detener de alguna manera el tiempo, con la que aplicarse el cuento de lo que entre él y Nach expresan en una canción titulada precisamente así, Tiempo: “No hay tiempo para verse, no hay tiempo para amar, no hay tiempo para ti”. Pues bien, si el oyente quiere revertir el curso de los acontecimientos, ha de enfrentarse por lo pronto a un álbum cuyas 13 canciones se extienden por espacio de casi una hora, una duración temeraria para estos días de consumos acelerados y compulsivos, de alimentos deglutidos sin apenas masticar, de usos fugaces y experiencias atropelladas, inconclusas e incapaces de dejar la menor huella en la memoria.
Puestos a nadar a contracorriente, el poeta y trovador madrileño se embarca en un cancionero adusto, renuente a la prosopopeya y el maquillaje, y en el que el tema que inaugura y da título a la colección se erige no ya en excepción, sino casi en trampantojo: La canción de nuestra vida ofrece algunas programaciones efusivas de Jacob Sureda, el coproductor del elepé, y un estribillo eufórico con su coda para corear, una celebración de la música como argamasa para hermanar nuestras vidas cuya efusividad no se corresponde con el resto del repertorio, mucho más recatado. Tanto como para atreverse de vez en cuando al reto de la desnudez, de la guitarra y voz, que a Ismael le favorece: Me amo es una preciosidad en contenido y continente, y la versión de Burbujas de amor, de Juan Luis Guerra, todo un hallazgo: una bachata rearmonizada y transformada en balada intimísima y en instrumento para reivindicar a Serrano como un cantante cálido y propenso al modo confesional. Nota aquí.
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