jueves, julio 31, 2025

Joan Miró

 Palma salda su deuda con Miró con una gigantesca exposición repartida en cuatro escenarios

La última muestra del artista barcelonés en la capital balear había sido en 1978. Ahora su nieto espera que por fin se conozca la obra de un “rebelde con causa que nunca se dio por vencido”.

Por sorprendente que pueda parecer, la última exposición que Palma dedicó a Joan Miró fue en 1978. En la Llotja de Guillem Sagrera y en el Casal Solleric se mostraron 75 cuadros, valorados entonces en 2.000 millones de pesetas, que contaron con la vigilancia permanente de 10 agentes de seguridad. Desde entonces solo hubo silencio por parte de la ciudad en la que el genial y mundialmente reconocido artista vivió desde 1956 hasta su muerte, en la Navidad de 1983.

Nacido en Barcelona, en 1893, su conexión con Mallorca arrancó de niño, cuando pasaba los veranos en la casa de los abuelos. A poco de cumplir 36 años se casó con la mallorquina Pilar Juncosa y tuvieron una hija, Dolors. En Mallorca encontró además un espacio de creación y refugio perfectos, especialmente en el taller diseñado por su amigo Josep Lluís Sert.

Para compensar tantos años de olvido ante un artista generoso como pocos, todas las instituciones baleares se han implicado en la exposición Paysage Miró, que se abre al público este jueves en cuatro sedes: Es Baluard, Fundació Pilar i Joan Miró a Mallorca, Casal Solleric y La Llotja, todas en Palma. Una colaboración especial han tenido Joan Punyet Miró, nieto del artista y cabeza visible que gestiona su legado —que se llama Successió Miró—, y el Museo Reina Sofía, que ha prestado nada menos que 53 obras de las 117 que se exhiben junto al abundante material fotográfico y documental extraído de sus archivos. La muestra permanecerá abierta hasta después de noviembre, aunque cada sede tiene una fecha propia de clausura.

No hay un orden cronológico que aconseje el recorrido que conviene seguir por los diferentes espacios que conforman la exposición. Cada cual traza su recorrido personal en función de su gusto y tiempo. Pero hay un acuerdo entre los comisarios según el cual convendría empezar por La guspira màgica (Los chispazos mágicos), en la Fundación Pilar i Joan Miró, comisariada por su directora, Antonia María Perelló, y Patricia Juncosa, conservadora de la colección.

Aquí todo arranca con la versión escultórica en bronce de la algarroba que siempre llevaba Miró en su bolsillo a modo de amuleto. Cuando viajaba la protegía en un sobre dentro de la maleta y después caminaba con ella en el bolsillo de la chaqueta. De los paseos por el campo y junto a las playas, volvía siempre con algún tesoro: un esqueleto de caracola, un sarmiento, un trozo de rama de pino, unas plumas de ave. Cada uno de estos objetos solía ser depositado en el taller y, en el momento más inesperado, lanzaban un chispazo que desencadenaba la creación artística. Nota aquí.






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