viernes, septiembre 05, 2025

Nito Mestre

 50 años después, la historia de "Adiós Sui Generis"

Este viernes 5 en el Teatro Opera, Nito celebrará el medio siglo de un evento que fue parteaguas del rock argentino, una inesperada explosión popular cuya génesis merece ser reconstruida.

El 16 de diciembre de 1974, Sui Generis lanzó su álbum más osado y vanguardista. Pequeñas anécdotas sobre las instituciones reunía un puñado de piezas que ponía el foco sobre diversos estamentos de la sociedad. “Música de fondo para cualquier fiesta animada” señalaba la corrupción judicial, “Pequeñas delicias de la vida conyugal” se mofaba de las convenciones impuestas por el matrimonio y “El show de los muertos” retrataba la violencia paraestatal de aquellos tiempos convulsionados. La placa había sido publicada por Talent, un subsello de la compañía Microfón. La empresa, dirigida por Mario Kaminsky, ejerció un férreo control durante su proceso de gestación. Charly García fue obligado a reescribir las letras de cinco de los nueve temas de la entrega. Jorge Álvarez, empresario editorial, discográfico y productor del grupo, sacó del disco dos canciones que apuntaban a la policía y al ejército: “Juan Represión” y “Botas locas”. El pianista debió, de apuro, reemplazarlas por otras. El trabajo, cercenado y censurado, se transformó en una obra fragmentada y críptica. Su complejo alumbramiento comenzó a hacer mella en el ánimo del conjunto.

El descomunal éxito de los elepés Vida y Confesiones de invierno -con piezas de la talla de “Canción para mi muerte”, “Dime quien me lo robó”, “Rasguña la piedras” y “Bienvenidos al tren”- transformó a Sui Generis en uno de los números más populares del rock vernáculo. Charly García y Nito Mestre ya habían atiborrado las instalaciones del Teatro Astral, del Teatro Ópera, del Teatro Coliseo y del Teatro Gran Rex. El poder de convocatoria de la dupla era el fruto de años de trajinar los más variados escenarios. Fue Álvarez quien los había conminado a tocar en todos lados. Desde una fiesta privada, en una zona residencial, hasta un club social de una barriada obrera. “Nos dijo: ‘hagan de cuenta que son putas, allí adonde les paguen tienen que ir’”, recuerda Nito hoy, en las vísperas de la presentación de esta noche en el Teatro Opera que celebra los 50 años de la consecuencia final de todas esas presiones: el Adiós Sui Generis en el Luna Park. En ese entonces, el cuartel de Bomberos Voluntarios de Echenagucía, en Gerli; la Confitería Burbujas de Lomas de Zamora; el Centro Asturiano de Vicente López;, la Facultad de Derecho, de la Universidad de Buenos Aires; y los colegios Carlos Pellegrini e Hipólito Vieytes fueron algunas de las estaciones de una travesía tan singular como épica.

Las flamantes canciones de Sui Generis estaban influidas por grupos como Yes, Genesis y King Crimson. García –munido de un piano eléctrico, un sintetizador monofónico, otro polifónico y un clavicordio eléctrico– se zambulló en el rock progresivo. La complejidad de la propuesta obligó al dúo a transformarse en cuarteto. El bajista Rinaldo Rafanelli y el baterista Juan Rodríguez aportaron las dosis necesarias de virtuosismo y potencia que la nueva etapa requería. La formación ostentaba una cargadísima agenda de conciertos. El circuito laboral, sin embargo, presentaba limitaciones. “Recorríamos Capital Federal, localidades del conurbano bonaerense y ciudades como Santa Fe y Córdoba”, cuenta Mestre. “Llegar al resto del país, por aquél entonces, era una utopía”. A las barreras logísticas se sumaban inconvenientes técnicos. “Al carecer de monitores de escenario, dependíamos de los anticuados sistemas de amplificación de cada lugar”, sostiene. “Mientras la banda sonaba fuerte, y el público cantaba a los gritos, yo me sentía frustrado por no poder escucharme”, confiesa. La situación amenazaba con perpetuarse. “Si no hacés diez shows por semana, no tenés ni para comprarte una púa”, se lamentaba García en el número 63 de la revista Pelo.

El domingo 13 de julio de 1975, Sui Generis actuó en el Teatro Astral. En el recital, anunciado para las 11 de la mañana, los músicos recorrieron parte de su discografía y presentaron novedades como “Alto en la torre” y “Fabricante de mentiras”. La cita matutina estaba planeada para asegurar la concurrencia de púberes, franja etaria que seguía con devoción al conjunto. Sin embargo, las malas condiciones climáticas mermaron la habitual convocatoria. A los típicos problemas de sonido se sumó un obstáculo inusual: Rafanelli cortó dos cuerdas de su bajo. Ante escaso público, y con el combo disminuido en sus posibilidades, las canciones lucieron desacopladas y sin brillo. El fallido concierto podría haber pasado a la historia como apenas una anécdota. No obstante, fue la gota que rebalsó el vaso. “De allí, nos fuimos todos a comer un asado. Durante el almuerzo decimos, de común acuerdo con Charly, separarnos”, rememora Mestre. Nota aquí.




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