sábado, mayo 31, 2025

Antonio Muñoz Molina

 “Como viví el progreso, duele más el retroceso”

Novelista consagrado de la cultura de la democracia, el escritor conversó, en su casa en Valencia, de su infancia y la evolución de España, de lo real y el arte de la novela, sobre la ficción, la desinformación y su nuevo libro: el ensayo ‘El verano de Cervantes’

El 8 de noviembre de 1580 Miguel de Cervantes participó en un juicio en Valencia para testificar sobre el caso de Jeroni Planelles, un pescador desaparecido. Cervantes, tras cinco años de cautiverio, afirmó haber visto en Argel alguien con sus características en una cola junto a 20 pescadores y firmó su declaración para que así constase. El 22 de mayo de 2025, en la puerta de su casa en Valencia, cerca de la Estación del Norte, me encuentro con Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956). Pasaré dos horas escuchándole sobre la novela y sobre el presente, mientras la brisa agita el silencio, el tiempo parece haber desaparecido y una persiana de caña va golpeando el marco de la ventana. Este miércoles llegará a las librerías El verano de Cervantes (Seix Barral), un ensayo que es una admirada y apasionada lectura del Quijote. Es la obra de un humanista contemporáneo. Leo su libro como una invitación a volver al clásico. “Eso espero”. También tiene mucho de autobiografía —“cuando leo el Quijote estoy leyendo mi propia vida”— y de ejercicio personal de sanación.

Pregunta. ¿Por qué fue distinta la lectura que hizo del Quijote en 2015?

Respuesta. El libro lo ocupó todo, ¿sabes?, no quería hacer otra cosa que leerlo. Y en un cuaderno en el que estaba trabajando en otro proyecto, hice algo que no había hecho en lecturas anteriores: ponerme a tomar notas, sin orden, de manera anárquica. Escribir a mano da más libertad, parece que eres más irresponsable. Entré como en una fase de saturación, en el sentido positivo. Llené dos cuadernos. A lo largo de otros veranos, volvía, hasta el verano pasado, con el temor de que esa intensidad se pudiese desdibujar.

P. El libro está cosido a través de sus recuerdos. De su infancia hasta hoy. Uno de los protagonistas es el niño que usted fue, como si ahora se hubiese activado su memoria remota.

R. A los libros se llega por muchos caminos y toda experiencia es transmitible, pero en mi caso, sí, confluyen la lectura con mi experiencia de la vida.

P. El mundo del Quijote se parece más al mundo de posguerra de su niñez trabajando en el campo que a nuestro presente.

R. El mundo en el que crecí, que era un mundo rural y que ha desaparecido, se cultivaba prácticamente como en el siglo XVI porque la guerra había provocado un enorme retroceso en el campo. Se trabajaba con animales y a brazo. Se segaba con hoz. Recogíamos las hortalizas, las cargábamos en una yegua y las subíamos al mercado donde mi padre tenía un puesto. Hasta la adolescencia, en casa, no tuvimos baño ni agua corriente. Y el mundo manchego en el que se desarrolla la novela y el mundo jienense están muy cercanos.

P. ¿Cuál es hoy su relación vivencial con ese mundo desaparecido?

R. Tú tienes un núcleo de experiencia del que emana todo lo que eres y desde el que miras el mundo. En mi caso ese núcleo es haber transitado de un mundo cerrado, que parecía intemporal y donde parecía que nada podía ser de otro modo, a otro mundo distinto, a un mundo urbano, en el que gracias a los azares y las becas pude hacer el bachillerato, ir a la universidad… Como he vivido el progreso, duele más el retroceso. Porque sé, como sabe la gente de mi generación, que lo que ahora se da por supuesto, antes no existía. Ni Europa, ni la democracia ni el agua corriente. Hay un deber cívico en decirlo, “recuérdalo tú y recuérdalo a los otros”, como decía Cernuda. Nota aquí.



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