jueves, mayo 29, 2025

Café Margot

 Cafetines de Buenos Aires: un rincón de Boedo donde el ruido de las conversaciones se transforma en silencio musical

El Margot abrió en 1994 y desde entonces congrega a una feligresía de gente del barrio, una zona de la ciudad que tiene una enorme identidad porteña y por ende, cafetera.

En las dos primeras décadas de este siglo viví en Boedo. Fueron dos oportunidades, en dos domicilios diferentes, pero tuve un único café: Margot.

El Café Margot ocupa la planta baja de una construcción de 1904 en la esquina de la avenida Boedo y el Pasaje San Ignacio. Desde que lo conocí me sentí familiarizado con el lugar. Fue como entrar a un pasado que me pertenecía, aunque yo tuviera toda una vida construida en el conurbano sur. Puedo decir que mi primer café como porteño radicado fue, sin dudas, el Margot.

Durante esas primeras visitas me enteré de que, como tal, ese cafetín de Boedo había abierto en 1994. Es decir que cuando lo empecé a frecuentar no llevaba más de 10 años de existencia. Mérito de sus dueños que supieron darle un aura hogareña. Tampoco es que crearon un entrañable rincón de la nada. La esquina tenía lo suyo. Paso a contarlo.

El local comercial comenzó siendo una fonda con despacho de bebidas. A partir de 1920 se convirtió en bombonería. Y, más tarde, fue la Confitería Trianón. Esa que, cuenta la leyenda, inventó en la dácada de 1940 el sánguche de pavita que degustaba el General Perón, por entonces, presidente de la República. El Trianón luego se mudo a unos pocos metros de la esquina, sobre la misma avenida Boedo.

En el Café Margot el paso del tiempo no se disimula. Está a la vista. El techo luce la bovedilla original de ladrillos. También es de ladrillos a la vista una de las paredes del salón. La sensación acogedora de la que hablé antes está relacionada con la decisión de dejar expuesto este noble material. Como también la madera de sus mesas y sillas.

Si el Gran Café Tortoni representa, en el imaginario cafetero religioso de la porteñidad, a la Basílica de San Pedro, el Margot es una capillita de encanto, construida con recursos naturales, en la Ruta del Adobe.

El resto de la materialidad del espacio se conforma de una puerta doble de madera como entrada, las ventanas guillotina, publicidades de antiguas marcas comerciales, cartelería pintada con filete porteño, pantallas ferroviarias, vitrinas con botellas viejas y una biblioteca de pared.

En la trastienda del café existe otro pequeño salón, que mira a San Ignacio, con fotografías enmarcadas de personalidades que pasaron por el lugar o pertenecieron al barrio. El saloncito también luce un gran espejo y más carteles publicitarios. Ese rincón huele a “casa de los abuelos”. En toda la superficie de ambos espacios el piso tiene forma de damero en blanco y negro. O sea, el Margot tiene aprobadas todas las asignaturas de un auténtico cafetín.

Un purista podría argumentar que la puesta finge una antigüedad que no es real y que, como café, no es tan viejo. Pero el edificio sí lo es, la planta baja fue concebida para uso comercial, y a lo largo de sus 120 años fue fonda, bombonería, confitería y cafetín. Sin más. Nota aquí.








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