“Nunca me he sentido una estrella, para mí la fama es algo vacío”
‘El País Semanal’ conversa con el actor sobre su carrera, su vida, su activismo social, Donald Trump y el mundo en el que vivimos en su nuevo hogar madrileño: “Creo en la amabilidad como algo revolucionario”, defiende.
Leave your shoes at the door, please. En la casa de Richard Gere, un chalé de la exclusiva urbanización madrileña de La Moraleja, un cartel invita a dejar el calzado en el vestíbulo. Cuando se abre la puerta, lo primero que aparece es una especie de vestidor lleno de abrigos, botas y zapatillas. Ahí se quedan los zapatos… y también el miedo de tener una entrevista acartonada y demasiado formal con una estrella de Hollywood. La cita ha sido tan difícil de cerrar que ha estado a punto de frustrarse varias veces. Pero una vez franqueada la puerta de ese hogar, el increíblemente bello actor de American Gigolo, el soldado atormentado de Oficial y Caballero, el hombre rico enamorado de una prostituta en Pretty Woman, el defensor incansable de causas sociales, ya no es una estrella de Hollywood. O, desde luego, no es solo eso.
La cocina, amplia y acogedora, con suelo de terracota y grandes ventanales que dan al jardín, está llena de dibujos infantiles y de fotos de sus hijos y de su mujer, la española Alejandra Gere (antes Silva), la razón de que el actor haya decidido vivir por primera vez fuera de Estados Unidos. Se mudaron a Madrid el pasado mes de noviembre. Entre los dos tienen cuatro hijos, dos en común y otros dos de anteriores matrimonios. Y tres perros: dos simpáticos y pequeños cavapoos, Bruno y Bruna, que van con ellos a todas partes, y un cachorro blanco y esponjoso de husky que corre por la terraza entre los olivos y las porterías de fútbol. Sobre la enorme mesa del comedor hay una edición en papel de The New York Times de ese día, 2 de abril, que casualmente lleva en portada un gran reportaje sobre la crisis de la vivienda en España. Los niños están en el colegio y todo está tranquilo y apacible salvo por el ruido de las obras que están reformando la casa.
Richard Gere aparece sin más, con el pelo blanco despeinado y sonriendo mucho con esos ojos pequeños y achinados que han enamorado a varias generaciones de hombres y mujeres de todo el mundo. Viste una desgastada camiseta azul y vaqueros negros. Cuando posa la mirada sobre ti lo hace de manera tan atenta que tienes la sensación de que está escrutando tu interior para decidir qué clase de persona eres y si puede confiar en ti.
―Bienvenida. Cuando quieras empezamos. ¿Te va bien la sala de al lado?
El saloncito tiene una chimenea, recuerdos de viajes, fotos familiares, imágenes de Richard y Alejandra con el Dalái Lama, libros de John Irving y una mesita redonda y pequeña junto a un luminoso mirador. Gere es una persona cálida y amable que reflexiona cada respuesta y que, a pesar de su agenda imposible, nos regala más del doble del tiempo pactado tanto para la entrevista como para la sesión de fotos. Insiste varias veces en que su oficio es un trabajo más. Acompañado de fama y dinero (mucho), concede. “Pero no tiene nada de especial ni nosotros somos seres especiales”, dice. “Estamos hechos del mismo material que el resto de los seres humanos, y esto hay que tenerlo claro siempre”.
La parte activista de sus apariciones públicas se ha convertido en prioritaria. El galán nacido hace 75 años en Filadelfia, Estados Unidos, el hombre vivo más sexy del mundo según la revista People en 1999, tiene ahora el aura del hombre bueno que acude a cualquier llamamiento si considera que algo merece la pena.
Lleva usted décadas colaborando con múltiples causas sociales: los derechos del pueblo tibetano, el medioambiente, los derechos de refugiados y migrantes, de las personas sin hogar. ¿Por qué lo hace?
No creo que haya otra razón para estar vivo que ayudar a los demás. Para eso estamos aquí. Ayudarnos a nosotros mismos no nos aporta absolutamente nada a largo plazo. Yo ahora soy un hombre mayor. He visto muchas cosas tanto dentro de mí como en el mundo que me rodea y creo que lo único que realmente alimenta el alma es ayudar a alguien. Por eso la gente que se dedica a ello tiene esa energía tan especial. Como el equipo de la ONG Hogar, Sí, por ejemplo. Me impresionan muchísimo. Los he visto trabajar muy duro en una oficina diminuta sin apenas medios. Y ahora que son más grandes y tienen más recursos siguen dejándose la piel para intentar que no haya gente sin hogar.
El día anterior a la entrevista acompañamos al actor mientras hacía una serie de entrevistas junto a su esposa a personas que han vivido en la calle. Aparecerán en Lo que nadie quiere ver, un corto documental de esa organización, con la que los dos colaboran desde hace más de ocho años. Hablan con Pepe, con Latyr, con Javi y con Mamen, cuatro personas con experiencias de vida durísimas que les cuentan las palizas que han recibido viviendo a la intemperie, el dolor de saberse invisibles y notar cómo la gente gira la cabeza o cruza la calle para no verlos, la sensación de que la vida no merece la pena, de que muertos estarían más tranquilos, la emoción que sienten cuando de pronto alguien es amable, les dirige la palabra o les ofrece un bocadillo. Nota aquí.
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