martes, mayo 27, 2025

Fernando León de Aranoa

 “El hombre representa hoy para sí mismo la mayor amenaza, pero también su única esperanza”

El cineasta publica ‘Leonera’, una serie de relatos y aforismos en los que se adentra en un territorio íntimo mediante su escritura.

Decía Julio Ramón Ribeyro que escribir es prolongar los juegos de la infancia, pero con signos. “También que madurar es cambiar los objetos por esos signos”, añade Fernando León de Aranoa (Madrid, 57 años). Para él, que escribió un prólogo extraordinario a las Prosas apátridas del autor peruano, ha llegado la hora de seguir ese método y poner en orden su Leonera (Seix Barral). Así es como ha titulado el cineasta y escritor su nuevo libro de cuentos, trazado a partir de una visceral obsesión por desentrañar la realidad de manera poética mediante sutiles desnudos que emprenden su viaje de la intimidad y el asombro hacia el lenguaje.

En estos tiempos de desahogos y destemplanzas, León de Aranoa afirma que, a menudo, cuando no tiene formada una opinión, se sienta a escribir para tratar de hallarla. En esa búsqueda, ha querido desentrañar para estos cuentos el paso del tiempo, las fronteras de la madurez, esa primera línea de frente en que te coloca la muerte de tus mayores, el amor con su reparto de recuerdos y la justa correspondencia de un fragmento mutuo, la paternidad, diversas obsesiones e insistentes paradojas.

Querría abolir los paraguas, se declara feroz partidario de la lluvia y amante de los hoteles. Como quien ha conocido el esplendor por haberse convertido en uno de los cineastas españoles más influyentes, exige tener derecho a la decadencia. Pero sigue declarado en rebeldía… “También conmigo mismo. Sobre todo, conmigo mismo”, asegura. De los muchos desencuentros a los que trata de dar explicación este libro, una buena parte son íntimos, confiesa. “El interés por lo que de contradictorio hay en nuestro comportamiento ha estado siempre en mí, también en mi cine. Desconfío de la gente que no duda. Creo que la duda es otra de las herramientas de la ficción, uno de los nombres de la inteligencia. No la que inmoviliza, sino la que impulsa. Ettore Scola, cineasta al que admiro, escribió una vez: ‘La duda de los artistas es la riqueza del mundo”.

En su particular territorio de la creación, León de Aranoa se alimenta para concebir sus obras, tanto en pantalla como en papel, de todo tipo de referencias. La poesía es una. Claudio Rodríguez alimentó buena parte de su película Los lunes al sol. Aparte de Ribeyro y narradores de la talla de Steinbeck o Bioy Casares, poetas como César Vallejo, Roque Dalton, Luis García Montero, Benjamín Prado y Juan Vicente Piqueras le sirven para explicar los cajones de esta leonera.

Cree que la ficción es una sofisticada herramienta de conocimiento y comprensión de la realidad: “Utiliza la representación y la síntesis para generar un modelo”. Hay muchas maneras de abordar la realidad desde ese ámbito, pero él sabe que no es el único. También resulta posible desde la verdad de la poesía: “Con base en desvelar las cosas, renombrarlas. Ver en ellas lo que tienen de síntoma, de amenaza o de hecho cierto. Sucede casi siempre a pesar de uno, todo se convierte en signo, en presagio; las cosas abandonan su aparente inocencia y se transforman en lo que esconden o significan”.

Al fin y al cabo, afirma: “Se trata de entender que la realidad no existe, pero nuestra percepción de la misma, sí. Y últimamente no se trata tanto de adivinar qué hay de falso o de ficticio en lo real, sino al contrario, observar qué hay de real en lo ficticio”. Para eso, el autor recurre tanto al largo aliento del cine como al esprint de la escritura y al pálpito que le obliga a estar atento a ella cuando menos lo esperas. Con una mirada madura, pero directamente conectada con la extrañeza que le producían las cosas en la infancia: “La mirada de un niño no es tanto limpia sino, más bien, una experiencia que aún no acumula hábitos, prejuicios o rutinas. Un gesto que desea comprender, desentrañar, y en eso se parece a la del escritor. El escritor es a veces el chico raro del fondo del patio, ese que no habla con nadie, el que solo mira”.

Esa posición, la de observador, la de intruso, te proporciona la distancia necesaria para entenderlo todo. “O mejor, para entender que no entiendes nada”. Estos cuentos son también, así, hijos de la perplejidad y de la urgencia: “Del desencuentro con algo que sucede, con algo que no sucede, conmigo mismo. Un intento de darle explicación a algunas cosas a través de la escritura y, eso que te repito: de ordenar mi leonera”.

Un revoltijo que anda atravesado por el dolor de las pérdidas. Por la nostalgia que producen las metamorfosis. Sin miedo a los espejos que duplican nuestras propias imágenes en su reflejo y también, a través de los rasgos, el peso de la vida o aquellos sentimientos a los que mejor enfrentarse con nitidez, como cuando ves en ti a un padre ausente. “Puede que se hayan ido, pero quedamos con ese consuelo: el de hacer que nos reencontremos con nuestros padres en los espejos cuando nos miramos en ellos. Hay algo hermoso ahí, también”. Nota aquí.



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