Cafetines de Buenos Aires: Cora, la propuesta moderna inmersa dentro de uno de los símbolos de la historia de la ciudad
El edificio Kavanagh tiene, desde hace poco, un bar. En una de las construcciones que marcaron la época de esplendor porteño hay un refugio que combina el arte con una variable gastronómica de alto nivel.
Luego de escribir sobre cafés con muchos años de servicio, hoy traigo al relato uno que abrió hace nueve semanas. Sin embargo, este neonato cafetín ocupa la planta baja de una construcción emblemática. Una silueta simbólica que se recorta en el imaginario de todo porteño. Declarado Monumento Histórico Nacional. Me refiero al Edificio Kavanagh. Y su café: Cora.
Por primera vez, en sus casi 90 años, el Kavanagh tiene una cafetería. Hasta ahora, el reglamento interno no lo permitía. Tras varios meses de presentaciones y reuniones, el Consejo de Administración autorizó a Martín y Facundo Olabarrieta, padre e hijo, a abrir su soñado espacio al que bautizaron con el apodo con el que se conocía a Corina Kavanagh, mentora del proyecto edilicio inaugurado en 1936, el año del IV Centenario de la Fundación de Buenos Aires por Pedro de Mendoza, el mismo año que, para celebrar esas efemérides, la ciudad inauguró el Obelisco, el otro contorno modernista que nos define como sociedad.
El Kavanagh es un símbolo del modernismo en Argentina. En su momento, fue el rascacielos más alto de Sudamérica y la estructura de hormigón armado más alta del mundo. En el libro Arquitectura en la Argentina del siglo XX. La construcción de la modernidad de Jorge Francisco Liernur (Fondo Nacional de las Artes, 2001) leí que la construcción de grandes edificios en altura comenzó poco después de la Gran Crisis de la Bolsa de Comercio de Nueva York en 1929. El negocio surgió para evitar la pérdida de valor en los activos de la gente adinerada cuyas inversiones caían en picada. El nuevo lucro para esta exclusiva clase social se concentró en la urbanización de rascacielos con rentabilidad a mediano y largo plazo.
En 1933, dice Liernur “comenzó la construcción del más grande jamás imaginado en Buenos Aires, en los terrenos que Corina Kavanagh tenía frente a la Plaza San Martín”. El emprendimiento corrió en paralelo, y con similar objetivo, al que John Rockefeller levantó en la Gran Manzana, el famoso Rockefeller Center.
Pero mientras que el edificio estadounidense se construyó para satisfacer la demanda de las distintas compañías del grupo, el Kavanagh se destinó a los únicos actores sociales que pudieron sortear la profunda crisis mundial en la Argentina: las familias ricas con negocios agropecuarios capaces de sobrevivir a todo tipo de conflicto y aptas para garantizar una alta renta a largo plazo, lo que, es decir, calificadas para recuperar el capital invertido en la erección del rascacielos.
Los 30 pisos del Kavanagh, con sus 120 metros de altura, que fueron destinados a familias patricias, no formaron parte del plan original. Durante la obra, la municipalidad fue otorgando excepciones de altura para construir en la zona. ¿Les suena? Y como compensación, el proyecto incluyó la apertura de una calle transversal de uso semipúblico que llevó el nombre de la aristócrata y estanciera que encargó la edificación: Corina Kavanagh. Nota aquí.
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