miércoles, octubre 08, 2025

Ángel Petisme

 EN EL ADIÓS A PABLO GUERRERO

Uno de los primeros conciertos de adolescente que recuerdo es en el Jardín de Invierno de Zaragoza -en eahora Parque José Antonio Labordeta- escuchando a Pablo Guerrero, acompañado por la guitarra de Nacho Sáenz de Tejada. Quizás 1976 o 77 cuando yo comenzaba a componer mis primeros ripios a la guitarra. Me impactó su aliento poético, su voz evocadora y aquellas canciones sociales, sí, pero íntimas y muy personales.
Luego en los noventa nos conocimos en Madrid y compartimos libros, escenarios y poemas. Siempre cariñoso, tímido pero abierto y generoso. La última vez que cantamos fue en Orihuela (Alicante) en 2017 en un concierto a favor de Médicos sin Fronteras con Martirio, Raúl Rodríguez, Marina Rossell, Cristina Narea, Marcela Ferrari y él con su fiel Luis Mendo a la guitarra.
Cuando busco fotos en el ordenador no las encuentro pero con Pablo han aparecido un par a la primera. Y ya está. Una de 1996 o 97 en Zaragoza en un mitín concierto acompañando a Labordeta que se presentaba por primera vez al Congreso como diputado y ahí estábamos Paco Ibañez, Imanol, Xavier Ribalta, Pablo Guerrero, servidor, a mi derecha Josu García y los Ixo Rai! que estarían con el mondongo y no caben en la foto. La otra foto es de hace 4 años en el camerino del Auditori Barradas en un Festival de Cançó BARNASANTS, poco antes de confinarnos la pandemia. Yo le regalé "La camisa de Machado", recién publicada, que Pablo muestra al objetivo. Su legado es bello e imborrable como el recuerdo de su persona y amistad.
Cierro con un poema que he recordado le escribí en 1996 en un viejo libro que me publicó Jesús Munárriz en Hiperion.
EDAD DE LA SOSPECHA
A Pablo Guerrero, territorio entrañable
Cada atropello perdura más en mí,
en cada esquina me cito con un muerto.
El hielo de unos labios javaneses
acuchilló la rosa del ensueño,
el cielo de unos ojos ya quemados
se veló como las fotos del verano.
Cada palabra me traiciona más,
en cada verso me encuentro con un muerto.
Y al desnudarme,
solo en mi apartamento,
por las esquinas de mi cuerpo veo
-en su amargo abandono
sitiada la inocencia,
rendidos los perfumes y la memoria del amor-
cómo las nubes del Olvido
se han detenido ya sobre el salobre
Vertedero del Tiempo.
De “Constelaciones al abrir la nevera” Ediciones Hiperión, 1996






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