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Crónica del Fin de Gira de Manuel Cuesta
A estas horas, un tipo debe estar todavía tocando el cielo. Es difícil intentar escribir ciertos momentos sobre todo cuando, anteriormente, otras muchas personas lo han descrito tan bien. Entrar en una sala como Galileo Galilei y encontrar que todas las mesas están llenas, suele ser presagio de algo importante. Luego llegan los chascos una vez que empieza a cantar o a tocar el o la cantante de turno.
Unos días antes Manuel me comentaba, entre una Coronita y una caña, que iba a ser un concierto genial, que iba a ser especial. Recuerdo que apoyé mi brazo sobre sus hombros y le dije, “lo importante es que disfrutes amigo”. Sonrió, terminó su cerveza y me respondió que sí. Después salimos a una Gran Vía navideña hablando de nuestros golpes y de nuestros amores.
Anoche, a las ¿2:00 de la mañana? – no lo sé muy bien-, paseamos juntos unos metros con la euforia y nuestros amores haciéndonos compañía. No había tipos disfrazados de renos, ni luces cruzando el cielo de Madrid. Habían dos tipos casi en silencio. Uno con el sabor de la vida entre las manos, con estrellas fugaces en sus ojos y una felicidad que llenaba la acera. Otro tipo, igual de feliz por haber podido disfrutar de una noche mágica, pero también por ver la sombra de su amigo, guitarra al hombro, pasear a cuerpo de rey con el gozo y el arte por montera. Rainer M. Rilke dice, “Una obra de arte es buena cuando surge de la necesidad”, y Manuel, anoche, hizo una obra de arte. Un arte que le nace de las entrañas, con unas composiciones y unos conciertos que le salen de la necesidad. Realmente, si el concierto lo hubiese dado un reconocido triunfito o alguien con un gran peso en ciertas discográficas, hoy tendríamos una crónica en El País o El Mundo. Es injusto, pero debo reconocer que a mí, a su amigo, le basta con ver los elogios que le escriben en la red o los minutos, con todo el público en pie, de aplausos al terminar el concierto. Como ocurre en los comics, al final la gente se rinde al don o a los superpoderes del superhéroe, y ayer eso ocurrió sintiéndome, con más motivos, como el comisario Gordon, viendo lo que muchos ya sabemos. Bueno eso, y que el superhéroe de turno se llevó el beso apasionado de Mary Jane.
Sobre lo qué pasó durante las dos horas de concierto lo tendréis que leer en otras crónicas. El que escribe, aunque con acreditación de prensa, disfrutó tanto con su pareja y amigos (os beso a todos y todas desde aquí) que prefiere guardarlo en ese rincón de celebraciones vividas.
Felicidades amigo.
viernes, diciembre 26, 2014
J. Álvaro Gómez
Publicadas por Romano a la/s 8:09 a.m.
Etiquetas: J. Álvaro Gómez, Manuel Cuesta
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