Crónica del concierto de Bob Dylan en Madrid.
Nada más entrar al recinto me di cuenta que, entre tanta gente, yo era de los más jóvenes. Es entonces cuando sabes que hay viejas leyendas que se quedan en eso; en viejas leyendas. Pero también, muchos de los que estábamos allí íbamos simplemente a disfrutar de ese privilegio; viejas leyendas que no mueven a multitudes de adolescentes enfervorecidas. Me senté y, lo reconozco, tuve cierta emoción. Recordé, junto a mi herman, la famosa anécdota sobre como se conocieron Bob Dylan y Sinatra, con la complicidad de Bruce Springsteen.
Se apagaron las luces y comenzó, ¿el espectáculo? Escenario intimista, siete focos de cine apuntando hacia el suelo, cinco músicos y una mesa de sonido en un lateral del escenario. Todos nos quedamos alucinados al ver que ¡no había pantallas gigantes! Incredulidad, aunque poca, “Dylan es así, siempre ha hecho lo que le ha dado la gana”, era el comentario más repetido. Entonces, su voz áspera comienza a elevarse entre la música. Aplausos, fin de los comentarios, daba igual que no hubiese pantallas. Crónica aquí.
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