domingo, julio 12, 2015

Joaquín Carbonell

AL CIELO, SI HAY DIOS

No creo en los esoterismos y otras zarandajas vinculadas a las iluminaciones sobre el futuro, pero creo en las premoniciones, pulsiones que me han acompañado a lo largo de mi vida con detalles asombrosos. A las 10.15, mientras tomaba un te verde, me asaltó la idea de que a menudo se nos van personas y seres que tanto bien nos causan, que tanto las necesitamos, y en contra, aguantan sobre la tierra, esos seres deleznables, groseros, criminales, que tanto daño causan al ser humano. “He de escribir algo”, pensé irritado por la rabia. Media hora después, tuve constancia real y certera de ese pensamiento: se había ido Javier Krahe, y quedaban en pie tantos hijos de puta que seguirán maquinando para lograr que nuestra existencia sea un poco más insoportable cada día.
Mi desconcierto es tal, mi desconsuelo es tan enorme, que soy incapaz de ordenar cuatro ideas para lograr transmitir a los que no tuvieron la fortuna de conocerlo, quién era Javier Krahe. Sí acierto a recordar con precisión el día que lo conocí: en la sala la Mandrágora. 1981. Me había invitado a asistir un escurridizo (por lo delgado) Joaquín Sabina, que me había conocido unos meses antes y se había apresurado a aconsejarme que pasara por esa cueva de la Cava Baja, donde cada noche hacían brillar el sol…
Allí estaba junto a Joaquín Sabina, Alberto Pérez, y el guitarrista Antonio Sánchez. Yo desconocía lo que iba a presenciar, solo sabía que aquella gente pertenecía al mismo club sentimental que el mío: el universo mágico de Georges Brassens. Y la sorpresa dio paso al asombro, y el asombro a la sonrisa y la sonrisa a la risa, y la risa a la amistad.
Nos acercó Brassens pero luego comenzamos a estrechar afectos ya solos. Nos hemos visto mil veces, nos hemos reído millones (porque con Javier siempre hay que utilizar claves de humor para sacar agua de los pozos de la inteligencia) y hemos hablado de diablos y divinos. Era el (único) tipo que siempre decía lo que pensaba, aunque te jodiese la tarde o echase por tierra la reputación de un consagrado artista universal. Decía su opinión con la misma libertad que un niño insulta a una señora vieja y gorda. No le importaban las consecuencias, solo le importaba su libertad.
Habrá que volver otras veces para intentar explicar quién fue esta criatura única en la historia reciente de España. El hombre más feliz sobre la tierra. Que se va prematuramente, como se han ido siempre, los seres imprescindibles. Dejan atrás una insoportable sombra de mezquinos criminales que deberían haberse estrellado contra un muro de hormigón. Espero que el buen enterrador te lleve al cielo, si es que hay dios, querido.


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