miércoles, abril 29, 2020

Joaquín Pérez Azaústre

Espartaco

Mucho antes que Espartaco, fue el extraño amor de Martha Ivers para dar el perfil de una fragilidad ante la riqueza que no podía ser suya. Destacó junto a Barbara Stanwyck y un Van Heflin macho, una mezcla de Bogart y Glenn Ford, con aquella Martha Ivers tan rubia como un sol maternal al bajar la escalera de un único crimen. Solo fue el principio de una encarnación: la de un hombre que sabe su destino y comprende que actuar consiste, esencialmente, en esculpir la forja de uno mismo. Kirk Douglas era su mentón, su hoyuelo insobornable en el último tren de Gun Hill, cuando un hombre se enfrenta a su mejor amigo, que es el dueño de un pueblo, para detener a su hijo, porque violó y mató a su mujer. El tren espera en marcha, como la vida también esperó en marcha al hijo del trapero con su luz de domingo, con su furia despierta en los ojos locuaces. Kirk Douglas fue el primero: no sólo montó su propia productora, sino que fue marcando al tipo duro que se enfrenta al destino con las manos de hierro y esa expresión dura en las entrañas que es capaz de matar. Crónica aquí.




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