“El arte sobrevive si está hecho con la nobleza de la verdad”
Antonio López nació en Tomelloso el día de Reyes del año que abortó la guerra civil. Tiene 85 girasoles y un estudio lleno de proyectos: dos paisajes de Sevilla, unas flores al lienzo, una exposición en Valencia, las puertas de Burgos, un autorretrato escultórico del artista que fue bebé… Su casa está llena de marcas verdes para orientar la composición, porque también está retratando los espacios de su vida. Sereno, pinta y esculpe a cinco bandas mirando por el retrovisor, como de lejos, el apocalipsis de la pandemia.
Manchego universal. Más Sancho que don Quijote. Un realista coherente que lleva trabajando con pasión desde hace 72 primaveras. Al pan, pan. Al vino, vino. Ni oráculos, ni dramas. Ni idolatrías, ni ego. Sensato. En forma. El artista de nuestra época es una buena persona. Un pacífico peleón. Un sonriente genio. Una Gran Vía con escaparates de virtudes en toda su gama de colores.
Es viernes tarde y acaba de terminar su jornada laboral. En zapatillas de pintar por casa, con un mandil de chef de arte, abre la puerta un hombre que lleva décadas subrayado en los libros de texto. En mesa de camilla, conversamos con un veterano jovial buscando los colores más apropiados para esbozar cada palabra. A su izquierda, una foto de su difunta esposa, Mari. A su espalda, la bella espalda sin límites de La Venus del espejo. A sus pies va y viene Leona, su perra fiel. Y en frente, preguntas. Nota aquí.
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