Tiempo para el olvido
No recuerdo ya la última noche.
Después de tantos años, me imagino
que no ocurrió ninguna cosa memorable.
No recuerdo que hubiera grandes frases
o ese dolor que dicen que te deja
la pasión cuando acaba y que te mata.
Soy de lágrima fácil. Sin embargo
de la noche más triste no me queda
ningún recuerdo amargo. Fue más tarde,
cuando el mundo se me hizo insoportable.
Fue después, a medida que los días
avanzaban como un loco en la tormenta,
cuando sentí, de pronto, por mis huesos
esa ausencia de ti, la soledad
que, feroz, aparecía en todas partes.
La añoranza angustiosa de tus cosas
que llegaba de golpe a mi memoria:
tu risa, la manera de mirarme,
tu forma de beber o de besarme,
el calor de tu piel que todavía
siento quemando la yema de mis dedos.
Estas calles sin ti, los bares desolados,
las noches ya tan frías y tan negras,
las largas carreteras a la nada,
la soledad de hoteles y de iglesias,
la niebla de tu nombre en las esquinas.
Entonces aprendí que solo duele
la añoranza del tiempo cuando el tiempo
es una parte más de los recuerdos.
Y no hay olvido que borre lo que fuimos.
0 comentarios:
Publicar un comentario