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MIGUEL HERNÁNDEZ, 79 AÑOS CON OLAVIDE Y BERGIA
Agonizaba marzo y cayó en mis manos este carnívoro cuchillo que en un silencio de metal preludio último del fin llevaba un niño. El caballo del agua que siempre va conmigo ya me había traído la herida -79 años y parece que está sucediendo- del asesinato de Miguel Hernández.
Pero esta vez se rompieron los sigilos y desperté aún más al dolor de ver que esto venía precedido de un prólogo de José Luis Ferris, al que antes de nacer él yo quería parecerme. Ferris abre el suceso con cuatro verdades que sostienen el alma del disco en un prólogo escrito a sangre viva. Luego Begoña Olavide y Javier Bergia ponen la audacia.
Y resulta una imparable belleza de doce canciones, doce poemas, doce llamadas, doce gritos, doce vidas, doce muertes, doce memorias navegando salterios, flautas, percusiones, guitarras, bajos, que se juntan dos años para grabaciones y mezclas entre Madrid y Mojacar.
Porque está Pablo Guerrero abriendo fuego amante, y Luis Delgado con su acordeón diatónico, y Carlos Paniagua Luthier con su ala medieval, y Candela Paniagua y Candela Pan en la pintura y el diseño. Y todos ellos no paran de besar la noble calavera. Y está Miguel Hernández que no cesa, y en el grito de amor de todos ellos es más Miguel todavía.
Corred hermanos, corred amigos, corred alcaldes, corred poetas, corred verdugos, corred clérigos, corred delatores, corred sicarios, corred los odios, (estos últimos por si acaso) que aquí está más presente la ausencia de Miguel que nació el mismo año que Luis Rosales pero agonizó profanado mucho antes, vecino de la muerte sin una guerra aunque no se dijese.
Las voces de Begoña Olavide y de Javier Bergia firman un milagro de furia y amnistía, son dos borbotones de seducción y manantiales viajando a aquel tiempo de lilas imposibles en el cañón de las pistolas. Esta borrasca de Miguel con sus 79 años de viaje no les achanta en afonías sino que les vuelve tropicales en la devoción, la sensibilidad y el talento. Y en ellos está el mismo Miguel Hernández en quien Concha Zardoya vio viento, alud, dentelladas, ternura, llanto y hombres de aceituna.
Si todo el desconsuelo telúrico cayó sobre el pastor sediento un día, hoy Begoña Olavide y Javier Bergia le devuelven a su desnuda verdad humana. Pasan los años, pasan los días, pasan las horas como gacelas encendidas o hachones en los caminos, vuelve marzo a la cita cada carne perpetuada en los calendarios, pero Miguel Hernández no será ya jamás una felicidad prohibida ni el epílogo de un hombre que se aleja. Él ya salió de los laberintos umbríos donde intentaron enterrarlo, y a estas horas de la historia resulta imparable el éxtasis de su intensidad poética.
Begoña Olavide, Javier Bergia, y todos los que suman esta nueva expansión del muchacho de Orihuela, nos entregan un nuevo abono con la esperanza, tan feliz como si ellos también tuvieran una cuenta de amor pendiente.
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