Viaje por la vida
Se va acabando el viaje
que es la vida.
¿Detrás de aquel muro, qué hay?
¿Casas, senderos, enigmas?
Manuel Conde
Recuerdo a Manuel Conde en esos últimos
momentos, cuando el aire
nos vestía la piel de primavera.
El tiempo destrozado en aquel cuerpo
herido mortalmente.
Toda la soledad y la tristeza
que nos dejó su huida hacia la noche.
Pienso en él y miro ahora mi cuerpo
tan frágil ya, tan leve, como el suyo.
Releo sus poemas, la belleza
grave y limpia que recorre
sus palabras igual que una caricia.
Le recuerdo riendo en cualquier barra,
hablando con serenos y con gatos, desamparados seres de la noche.
Aquí escribió sus versos
en sucias servilletas de mil bares,
en papeles sin timbres y sin nombres.
Y más allá cantó una petenera
en el oscuro antro en que se amaban
los golfos y las putas.
Noches de vino tinto y de canciones
hasta el amanecer, los años dulces
de nuestra juventud aborrascada,
como escribiera el buen Manuel Machado.
Todo era eterno. El tiempo y la cerveza,
y los bares más negros.
Sin dinero pero con la vida
saltándonos a chorros por la sangre.
Las canciones francesas,
los himnos anarquistas.
Al fin la madrugada, fría y pálida,
nos alcanzaba en cualquier lugar desconocido.
Salíamos entonces a la calle.
Cantaban en los árboles los pájaros
primeros y nosotros
buscando el alba de oro por el cielo.
Vino luego la muerte,
el dolor, sin tiempo para nada.
Los meses de hospital. Madrid se nos moría.
Madrid sin redención.
Y seguimos ahora, todavía,
buscando a Manuel Conde por las calles
y por todas las tabernas de la noche.
Persigo su recuerdo en mi cansancio,
en esta carne muerta que me cubre
el esqueleto abierto a mil angustias.
Alzó al cielo mis manos y quisiera
agarrarme a las suyas y quedarme
en silencio, quieto, limpio
como un verso grabado en la memoria.
Y en este instante mismo, mientras vivo
estos días amargos
que entonces tú viviste,
quiero, Manolo, amigo,
brindar contigo -y siempre- por el viaje.
Este viaje, Manolo, que es la vida.
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