Javier Krahe, el último profeta
"Es un lujo que España no se merece", creía Joaquín Sabina, quien lo acompañó en La Mandrágora, el pesebre musical donde se fraguó el mito. Sin embargo, nuestro Brassens fue esquivo al éxito, entregado a sus devotos, fiel a la palabra y amante de la pereza. Federico de Haro traza su retrato en la biografía 'Javier Krahe. Ni feo, ni católico, ni sentimental'.
Huyó siempre de la masa y del trabajo, pero paradójicamente fue perseguido a lo largo de su vida por una legión de fieles y se aplicó en sus empleos alimenticios, pues aborrecía tanto currar que cumplía con rapidez para terminar cuanto antes y dedicarse a sus menesteres, sin duda más placenteros. Era, como decía él, un hombre de poquedumbres, aunque en su día pensó que el éxito de La Mandrágora —bar y disco, Pérez y Sabina— lo catapultaría a las mansedumbres.
Javier Krahe (Madrid, 1944 - Zahara de los Atunes, 2015) vio cómo el primero se apeaba de la canción y el segundo era propulsado al estrellato, si bien nunca sintió envidia de su colega porque, como solía cantar, no tenía noticia de ese pecado capital. "Entre otras cosas por su propia vanidad", justifica Joaquín Sabina. "Él siempre creyó que era el tipo más listo y más guapo del mundo y, además, lo era". Nota aquí.
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